En esta época de elecciones, los latinos han aprendido que el destino puede incluir desvíos.
En esta época de elecciones, los latinos han aprendido que el destino puede incluir desvíos.
En esta época de elecciones, los latinos han aprendido que el destino puede incluir desvíos.

Roberto Suro / The New York Time.- La demografía es destino, o al menos eso dice el proverbio. Sin embargo, en esta época de elecciones, los latinos han aprendido que el destino puede incluir desvíos.

A medida que el número de latinos en los Estados Unidos aumenta (se disparó de 35 millones en el año 2000 a casi 57 millones), se han vuelto protagonistas de una historia política que inspira felicidad y proyecta el brillo del triunfalismo democrático en una minoría marginada.

Al actuar como una fuerza política cohesiva, se suponía que los latinos empoderarían a las mayorías democráticas para consagrar las políticas de inmigración que apoyan con tanto fervor.

Sin embargo, la campaña de 2016 demuestra de manera muy visceral cómo la paranoia de la mayoría puede afectar a los que ganan terreno. Más que un momento de triunfo, éste podría ser el año del eclipse latino.

“Hoy marchamos. Mañana votamos”. Esta consigna hizo que un millón de personas salieran a las calles en 2006 para protestar contra las restrictivas políticas de inmigración promovidas por los republicanos conservadores.

Desde ese momento los latinos optaron por una estrategia de empoderamiento basada en un solo objetivo en cuanto a las políticas (ciudadanía para los inmigrantes no autorizados) y una sola táctica (convertirse en un electorado fundamental en las elecciones presidenciales).

Siguiendo esta tendencia, en 2008 y 2012, casi dos terceras partes de los votantes hispanos apoyaron al candidato que prometió una vía hacia la ciudadanía. Pero Barack Obama no cumplió, pese a que su partido tuvo en un momento el control en ambas cámaras del Congreso. Posteriormente, se ganó el título de “deportador en jefe” al agilizar el traslado de casi dos millones de inmigrantes al otro lado de la frontera.

Y aquí estamos de nuevo. Una vez más los latinos están apostándolo casi todo a un solo tema, un partido y un candidato. El problema es que el juego cambió, pero la estrategia no.

Luego de una década de intentos, los latinos se están dando cuenta de que cada vez están más lejos de la legalización. Los que alguna vez pidieron la ciudadanía para los 11 millones de inmigrantes no autorizados, ahora se conformarían con el aplazamiento temporal de algunas deportaciones que hace más de un año ordenó Obama.

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Este plan solo incluye a la mitad de la población sin permiso de residencia y no ofrece ninguna garantía de legalización; además, los gobernadores de losestados republicanos lo bloquearon con una demanda ante la Corte Suprema.

Mientras tanto, no ha surgido ningún líder de la causa migratoria. A pesar de los contados éxitos, las nuevas organizaciones de defensa como la National Day Laborer Organizing Network y United We Dream no se han convertido en instituciones de influencia sostenida. Lo peor es que los defensores de la inmigración no han creado fuertes alianzas para los latinos y, en cambio, sí han surgido importantes enemigos.

En las encuestas de opinión, quienes apoyan a los latinos en la coalición de Obama dicen estar a favor de la legalización, pero el tema de la inmigración obtiene pocos recursos de los grupos liberales en comparación con otras causas como el control de armas, matrimonio igualitario o el cambio climático.

Pero del lado opositor hay mucho compromiso y pasión. Los republicanos conservadores mencionan de manera constante y como prioridad la mano dura contra la migración no autorizada. Además los mandatos ejecutivos del presidente han teñido el asunto con la extraordinaria animosidad personal que provocan entre sus oponentes.

Era predecible un contragolpe, dado el vasto cambio demográfico del que son parte los latinos: durante los últimos cinco años, la mayoría de los bebés nacidos en Estados Unidos no son blancos. Las preocupaciones económicas de la clase media y el enojo populista alimentaron las angustias de estos sectores de la población.

Y entonces, la parálisis de Washington con la migración señaló un blanco. Aun así, era difícil prever cuán desagradable sería la campaña presidencial. Con Donald J. Trump atizando el fuego, el miedo al terrorismo se combina con el nativismo para producir la cepa de xenofobia más virulenta de las últimas décadas.

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Lo más sorprendente es la falta de respuesta de la comunidad latina. En las elecciones anteriores, los jóvenes inmigrantes no autorizados llamados The Dreamers encabezaron protestas para exigir una reforma migratoria, pero aún tienen que enfrentarse a Trump de manera más enérgica. Dada las fuertes críticas a Trump, uno esperaría manifestaciones multitudinarias. Comparados con los manifestantes de Black Lives Matter, los latinos parecen pasivos.

En el caso de los afroamericanos, los jóvenes aprovecharon las redes sociales para conectarse y operaron con independencia de las instituciones para tomar cartas en el asunto. Así lograron que el tema de la raza resurgiera en la política. Hay tiempo para que se desarrolle un activismo similar y se estrechen lazos grupales entre los latinos. De no hacerlo, habría que preguntarse si los analistas políticos le han dado al tema de la inmigración demasiado peso en la psique hispana.

Y resulta muy extraño que los latinos más prominentes en la arena política son republicanos conservadores que cierran filas ante la aplicación de las leyes de inmigración. Los senadores Ted Cruz de Texas y Marco Rubio de Florida ponen en entredicho el significado del líder latino al promover políticas que van en contra de una mayoría de votantes, y eso que ambos son hijos de inmigrantes latinoamericanos. Decir que son “traidores”, como han hecho algunos activistas, convierte al término “latino” en una afiliación política que se basa en una prueba de fuego y no en una etnicidad que puede aprovechar el poder de las cifras del censo.

Tanto Cruz como Rubio son partidarios elocuentes de la narrativa aspiracional (suelen recordar que sus padres no tenían nada), que es más universal y más inherente a la identidad latina que el idioma español. Ambos apuestan a que las encuestas dicen lo cierto al mostrar que a los latinos les preocupan más los temas económicos que la inmigración; tratarán de atraer a los electores con el mensaje de “menos gobierno, más empleos”. No necesitan muchos votos para lograr un impacto.

En las elecciones al Senado, Cruz atrajo a por lo menos el 35 por ciento del voto latino en Texas, mientras que Rubio contó con el 55 por ciento en Florida. Las opciones republicanas alcanzan con firmeza casi el 40 por ciento del voto latino que capturó George W. Bush en 2004. Esto contradice el argumento de que el crecimiento de la población latina es una condena para el Partido Republicano.

Ante esta posibilidad, los demócratas podrían darle notoriedad a un latino. Hillary Clinton, quien está a favor de la opción de la ciudadanía, ya declaró que “consideraría seriamente” a Julián Castro, exalcalde de San Antonio y actual secretario de vivienda y desarrollo urbano, como posible compañero de fórmula.

Al adoptar posturas cada vez más inflexibles en relación con el cumplimiento de las leyes migratorias y en contra de la legalización, Cruz y Rubio han polarizado aún más las inflexibles políticas migratorias. Han reducido el margen de acción a los republicanos moderados y complicado las opciones para los latinos.

Si cualquiera de ellos atrae una porción considerable de votos, los latinos podrían inclinar la balanza. Pero esto acabaría con la idea de la solidaridad étnica con los inmigrantes. Los latinos podrían unirse al manifestarse en contra de la postura republicana contra la inmigración, pero con ello estarían reducidos no sólo a un tema sino a un partido.

Si los demócratas tienen ganados los votos porque no hay alternativa en torno a la inmigración, ¿qué contrapeso pueden ejercer los latinos en temas como el empleo y la educación, que afirman ser tan importantes para ellos?

Mientras transcurre el año electoral, surge un comodín en Rio Grande, donde todo apunta a un resurgimiento de los refugiados centroamericanos. Hasta ahora, Clinton solo mostró una tímida expresión de preocupaciónante los informes de que la administración de Obama planea una ofensiva. Si mujeres y niños terminan en centros de detención, como sucedió en el pasado, y Clinton apoya al presidente, los latinos podrían quedarse sin un candidato que tenga una postura totalmente receptiva a la migración.

Con el paso de los años, los latinos se han forjado un destino gracias a su crecimiento poblacional, pero los números que cuentan en política son los que deciden las elecciones. En ese ámbito, los latinos viven una situación desalentadora que deben superar.

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Entre el año 2000 y 2012, el número de hispanos con derecho a votar creció casi 10 millones, pero el número de electores reales aumentó casi la mitad. Incluso con la actual reforma migratoria, menos de la mitad de los electores latinos fueron a votar en las dos elecciones de Obama, en comparación con alrededor de dos tercios de votantes blancos y afroamericanos.

Esta postura displicente ante el compromiso cívico se extiende incluso hasta la población más afectada por las políticas federales en materia migratoria. Sólo cerca de la mitad de los inmigrantes mexicanos que podrían adquirir la nacionalidad estadounidense la solicitan, en comparación con los recién llegados de otros países.

Las preocupaciones de los latinos sobre inmigración, así como los candidatos latinos y los electores latinos en todo el país, sin duda cobrarán gran importancia este año. La demanda de ciudadanía para los inmigrantes no llegará lejos si las personas elegibles no se naturalizan y los ciudadanos latinos no votan. Los electores latinos tienen el potencial de ejercer un poder político real. Pero si fallan el día de las elecciones, se eclipsará su fortaleza numérica.

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