Armando Gómez Peña
Armando Gómez Peña
Armando Gómez-Peña

Mercedes Eleine González.- Estando en la sede de la editorial Publicaciones Entre Líneas para una reunión, un cuadro llamó poderosamente mi atención, por dos razones: 1) Los personajes allí representados, Don Quijote y Sancho Panza. 2) La forma en que ambos están plasmados en el lienzo. Al preguntarle al director de la editorial por el autor del cuadro me dijo que es de un gran pintor cubano, y que dicho cuadro había sido un hermoso regalo. Al alejarme para apreciar mejor la obra note que manchas oscuras y trazos vigorosos daban forma a aquellas amadas figuras con las que aprendí en mis lecturas de adolescente muchas verdades. Como honrar honra, pensé que una de las mejores maneras de honrar a tan distinguido artista plástico era concertando una entrevista personal para promover su obra y parte de su vida en el ámbito cultural de nuestros días. Hoy tengo el placer de presentar al público lector al pintor Armando Gómez Peña, oriundo de San Agustín, un pueblo cercano a Holguín, en la parte oriental de Cuba, quien traza con maestría y vigor los colores de la vida.

Mercedes Eleine.- Me gustaría que me hablaras de tu infancia, Armando, donde naciste, como fue tu niñez.

Armando Gómez.-Tuve una niñez tranquila, era un muchacho sin grandes inquietudes, yo diría

Los negocios de mis vecinos.
Los negocios de mis vecinos. Deja que te conozcan.

que mi infancia transcurre con gran rapidez. Tal vez para mis padres y abuelos,  de origen campesino, fueron tiempos difíciles, sin embargo, sus arduas jornadas en el campo no me transmitían tristeza alguna, al contrario, estuve siempre rodeado de una familia sencilla y optimista aún  en la Cuba republicana.

Contaba yo unos ocho o nueve años cuando nos mudamos a San Agustín, un pequeño poblado compuesto de unas sesenta casas de madera y zinc, la mayoría con sus columpios de portal, cercano a Holguin, en la provincia de Oriente. Tenía  escuela pública, casa de correos con telégrafo, planta eléctrica, tiendas mixtas, una sociedad llamada Unión Club donde se daban bailes y eventos.

ME.- ¿Tienes recuerdos especiales de tu terruño?

AG.-Sí, como no, recuerdo la fábrica de dulces y las dos panaderías. Aquel fue el territorio de mi infancia, uno de esos territorios que quedan para siempre en el recuerdo, que luego se convierten en una especie de región ignota donde de vez en cuando quieres estar. Así que no soy holguinero de cuna.

En el mar de las Antillas Armando Gómez

En el mar de las Antillas, de Armando Gómez.

ME.- ¿De alguna manera te relacionaste con el arte en ese tiempo?

AG.- Creo  estaba relacionado con el arte como cualquier niño, en tanto jugaba con tierra, hacía mis propios juguetes con cajas de cartón, botellas y pequeñas latas. Mi padre se encargaba de fabricarnos los trompos de madera y las cometas… Pero lo que más yo disfrutaba era dibujar sobre la arena fina del patio que mi abuela barría cada mañana, eran mis dibujos infantiles que ella cuidaba de no borrarlos  diciendo que eran maravillosos. De esa manera veo aun la creación, como parte de mi infancia, aunque solo era para mí como un juego divertido.

ME.- ¿Entonces crees que ya había cierta inclinación en ti por la pintura?

AG.- Puede ser. De una forma u otra estaba la simiente. Pienso más bien que fue como un proceso que se va imponiendo en nuestra vida igual que otras muchas actividades. Uno no se da cuenta hasta que no pasan los años y entonces, cuando haces una retrospectiva, es que descubres que ya había algo de ello por ahí.

ME.- ¿Y en la adolescencia?

 AG.- Durante mi adolescencia recuerdo mis incursiones en otras disciplinas del arte como la música, el teatro y la literatura. Tomé clases elementales de piano que apenas me sirvieron para acompañar los himnos algún domingo cuando faltaba el pianista oficial de la Catedral Obispo Bramscomb, en Holguín. Con el teatro fui más tímido aún, pero el director Gilberto Alvares, con un pequeño grupo de actores me dieron el papel de Lucky, en la obra de Samuel Becked “Esperando a Godot.” Hago mis intentos en la literatura, pero pienso que no me fue dado talento  alguno en ese aspecto, por lo que es algo que disfruto y respecto mucho.

ME.- ¿De qué forma entonces te das cuenta de que tu vocación podría ser la pintura, que te interesa?

AG.- Ya te dije, creo que fue como un largo proceso aunque hubo quien determino una especie de encuentro con las artes plásticas. Yo diría que gracias a un importante personaje en el poblado de San Agustín, que me facilito el acceso a una extensa biblioteca y este fue el Sr. José Benito Prieto, quien era representante de la cámara en la provincia de Oriente, el cual tenía una especie de afán por ayudar a muchos jóvenes en la comunidad. El me había encargado  organizar los libros, cientos de libros en la biblioteca del pueblo. Y fue en una enciclopedia conocida como El tesoro de la juventud donde descubrí algunas obras famosas del arte universal. Creo que de alguna manera quedé atrapado a partir de ahí.

En el pozo Armando Gómez Peña

En el pozo, de Armando Gómez.

Además, cuando empecé a pintar mis intentos en la pintura me daban resultados satisfactorios y podía disfrutarlos al máximo, aunque viví el clásico dilema de no saber qué hacer porque mucha gente me preguntaba: “Bueno pero ¿de qué vas a vivir?”. Tomé un curso por correspondencia de caricaturas y dibujos animados. Recuerdo el anuncio que decía: “Usted puede llegar a ser un Walt Disney”. En aquel entorno social aún no se definía la pintura como una buena carrera profesional. Así que mientras pintaba cualquier cosa, podía ganar mi propio dinero en otros trabajos; un puesto de revistas, una panadería,  tiendas de víveres, dulcerías. Dentro de mi familia aspirábamos a vivir con uno de estos negocios.

ME.- ¿Quién o quienes influyen en tu vocación por la pintura?

AG.- Obviamente en esa época no estábamos tan saturados de imágenes como ahora. Yo ni siquiera conocía físicamente a alguien que se dedicara a la pintura, pero me gustaba ver las pinturas que aparecían en las portadas de algunas revistas y libros. Siempre me decía: “Eso yo lo puedo hacer”. Yo me sentía capaz de hacerlo. No recuerdo haber visto algún pariente o conocido que se dedicara a la pintura.

ME.- ¿Dónde te inicias realmente como pintor?

AG.– Yo diría que en la provincia de Holguín. A principio de 1960 había muchos jóvenes abandonando su pueblo de origen en búsqueda de nuevas oportunidades. Yo emigré a la ciudad de Holguín con un grupo de estudiantes apoyados por la Iglesia Metodista; al mismo tiempo, el gobierno en  esta ciudad había creado una academia de artes plásticas. Allí tuve  la oportunidad de presentar mis exámenes de ingreso, los cuales aprobé.

Tuve que enfrentar  una situación muy difícil. Por un lado la oficialidad me había señalado como religioso, lo que era un asunto muy vigilado por la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). No hay que olvidar el contexto en el que me formo, plenos inicios de la instauración del régimen revolucionario en Cuba y, aunque yo no pertenecía a ningún grupo dentro de las artes plásticas, según los dirigentes políticos de la cultura, yo daba a conocer una obra con problemas ideológicos. Ya el hecho de ser religioso me marcaba de alguna manera. Y por otro lado, en la iglesia recibía la amonestación de algunos mayordomos, quienes observaban mis pinturas abstractas y me decían que eso era “cosas de satanás”.

Aguas del pozo de Armando Gómez Peña

Aguas del pozo, de Armando Gómez Peña.

En 1969, hubo una exposición con más de 30 cuadros abstractos de la que formé parte y que fue censurada por la Dirección del Consejo Municipal de Cultura. Esto no evitó que las obras fueran vistas en un local de la calle Aguilera, en Holguín,  y aunque no llegué a colgar los cuadros, y aun sin el apoyo oficial, esta especie de exposición no expuesta realmente, tuvo comentarios favorables en la prensa gracias al escritor y periodista  Alejandro Querejeta. “Los artistas son antenas receptoras del lenguaje de nuestro tiempo”, le había escuchado decir.

Después  de muchos años, y siendo testigo y protagonista de aquel momento, [Querejeta] tuvo la generosidad de escribir un artículo desde Quito, Ecuador, para la revista literaria Diéresis, en Holguín. Siempre le agradeceré sus comentarios, como amigo y como periodista.

ME.- ¿En qué tendencia catalogarías tu obra?

AG.- No pretendo catalogar mi obra dentro de una tendencia definida. Prefiero que sean otros los que la cataloguen, si es que en algún momento lo hacen. La obra Metamorfosis expuesta en el Salón 70 se produce como un resultado de lo visto, de lo que se rechaza y de lo que se acepta. Una  evidente búsqueda de  independencia. De hecho, no puedo negar  mi lado autodidacto. Sin embargo, en la década de los 70,  logré definir uno de los más controvertidos propósitos en la ciudad que me adoptó, Holguín: ser parte de un movimiento cultural con mis “propuestas juveniles” en el campo de las artes plásticas; ahora sí, estaría en cierta medida, conectado con una generación de jóvenes animadores de las diferentes expresiones artísticas: la música, el teatro y la literatura; experimentando a la vez, una serie de cambios como consecuencia de la política cultural aplicada en el país por el proceso revolucionario iniciado en 1960. Pero también, distante a la hora de confrontar las voces diversas entre lo mediático nacional y las propia búsqueda de información.

Años más tarde me integro como artista plástico a la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), junto a varios artistas e intelectuales de mi generación. Estos  amigos fueron fieles testigos de mi obra, como Delfín Prats, Reinaldo Arenas, Roger Salas, Alejandro Querejeta, Jorge Hidalgo, Nelson García, Salvador Lemis, Alberto Lauro, entre una larga lista, mucho antes que la crítica oficial inscribiera mis abstracciones dentro del controvertido mosaico de la pintura cubana de la década del 60.

ME.- Tengo entendido que desarrollas la mayoría de tu pintura en México.

AG.- Efectivamente, tengo la oportunidad de salir de Cuba y me radico en México, donde viví por veintitrés años. México me marca por muchas razones. Allí tuve la oportunidad y la responsabilidad de manejar incontables tesoros artísticos del patrimonio nacional. Ha sido y es para mí como pintor una de las mejores etapas de mi vida.

En  la ciudad de México colaboré en  el rescate de la pintura mural mexicana, formé parte de los proyectos en el taller del Instituto Nacional de Bellas Artes, donde completé mi formación como restaurador y museólogo que es  también parte del desarrollo de mi obra.

En cuanto al concepto,  mi propuesta visual he recorrido un camino a lo largo del cual siempre busco  relacionar sentimiento y razón: mundo interior (memoria de lo aprehendido) en armonía con los materiales y objetos, de modo que exista un diálogo. Siempre apegado a mis propias claves, trato de ofrecer una lectura abierta donde el espectador no esté restringido en su particular interpretación.

ME.- Pintores que han dejado alguna huella en tu obra.

AG.- Creo que hay una gran mayoría de pintores abstractos de varias generaciones a los que estamos endeudados como los informalistas de la post guerra. Los expresionistas abstractos Pollock, De Coony, Rottko… En Cuba tuve poco contacto con mis pintores favoritos. Me hubiera gustado pertenecer al grupo de los Once(1). En esa década sin duda, para los que nos apasionaba el arte abstracto, intimista y lírico en la isla, nuestro paradigma fue el controvertido grupo los Once, sobre el cual mucho se había escrito desde su primera exposición abstracta en 1953 en el Lyceum de la Habana. Era importante tener un criterio claro de esta  reunión de artistas afines al rompimiento con el arte figurativo y cómo respondieron  al estancamiento de las gastadas y conservadoras vanguardias del siglo XX.

Conocí a Raúl Martínez, en una visita a Holguín, invitado como jurado del Salón Premio de la Ciudad. Le mostré unas pinturas. Me dijo que pintara eso mismo pero en gran formato. Antonia Eiriz, también nos visitó en el museo de historia “La Periquera”, donde tuve la oportunidad de participar en sus cursos de arte en papier maché. Siempre que viajaba a la Habana trataba de ir a su casa en Juanelo, donde tuve oportunidad de conocer al pintor español Antonio Saura durante la II Bienal de la Habana. Pero  en general creo que a uno lo marca toda la pintura.

ME.- ¿Qué ha significado o significa la pintura para ti?

AG. Creo que como todo artista dedicado a su profesión, en mi caso la pintura, pues esta ha sido y es toda mi vida. Ya no sabría vivir sin ella.  Pude dedicarme a la docencia porque cuando terminé los estudios en la escuela profesional de arte de Holguín me ofrecieron un puesto de profesor, pero decliné dedicarme a la docencia aunque lo hubiera podido hacer. Creo que no me fue dado el don de la palabra y tampoco literalmente la voz para ejercer. La pintura sin embargo, me llevó al taller de grabado y a otras disciplinas relacionadas.

Ha significado una herramienta de trabajo que es parte de mi vida. Sin dedicarme a la pintura profesionalmente, disfruté mucho mi cargo de restaurador de artes decorativas y piezas históricas en el Museo provincial de Holguín. Mi producción pictórica no era asunto de curadores o galerías oficiales.

En la década de 1980, Holguín se había convertido en una plaza importante para las artes plásticas. Egresados de la Escuela Superior de Arte (ISA) escritores, críticos oficialistas visitaron los eventos.  Participé en varias ediciones del Salón Premio de la Ciudad como invitado. La pintura tiene para mí, y ha tenido, diferentes significados que emanan de muchas situaciones reales. Con ella disfruté una libertad de expresión muy personal, fui transgresor silencioso. Con la pintura he construido una familia desde que me casé en 1970 con Gioconda Carralero, poeta y escritora, y con quien comparto desde un principio esta historia.

ME.– Desde tu punto de vista ¿en qué momento se encuentra la pintura actual?

 AG.- Si es mi pintura actual, te diría que bueno, en ese caso me gusta más el término artes visuales, aun cuando se trate de una pintura. De mis propios trabajos. Defino mi obra como abstracta. No incluyo en ella la necesidad de traducirla. Y ya hablando en general de las artes visuales en la actualidad existe mucha información. Estamos rodeados de una superproducción de imágenes, proveniente del reciclaje en el sentido que nos ofrece la tecnología de punta, sin descartar un retorno a los modos artesanales. Todo se puede tomar de ese “megaaparador”. La creación consiste en que los resultados ofrezcan un nuevo contenido.

ME.- ¿Algún anhelo que no hayas hecho realidad aún?

AG.- Si anhelo e ilusión fueran la misma cosa, como restaurador quisiera ver la restauración no sólo de La Habana Vieja, sino también la restauración de la República de Cuba, con los más elevados valores de la democracia. Como artista a esta altura del viaje, tener la máquina del tiempo.

ME.- Proyectos inmediatos o a largo plazo.

AG. Creo que no tengo proyectos ni inmediatos ni mediatos a estas alturas de mi vida. Ya me había acostumbrado a vivir entre Holguín, La Habana y México en un largo período de más de 20 años. Nunca tuve proyectos, aunque esto suene a pereza. He disfrutado cada minuto mientras hacía una serie de pinturas en mi taller. En Cuba desde el principio acumulaba una gran cantidad de cuadros entre dibujos y pinturas, pero no fueron hechas para cumplir con un plan determinado. Muchas de mis obras se conservan en las casas de mis amigos a quienes terminaba regalando alguna pieza.

Unos meses antes de viajar a México, invitado por De VilliesGalleries para un proyecto, surgió otro proyecto para una exposición personal en Getafe, Madrid. Agradezco al poeta Gilberto Seik, quien me sirvió de comisario y curador, patrocinado por el Ayuntamiento de Getafe. En toda esta historia así se han ido dando las cosas.

En la ciudad de México  fueron muchos espacios los que albergaron mi obra: la Galería de Arte Latinoamericano, el Centro Vasco de México, el Club de Periodistas, la Universidad Autónoma de Chapingo… siempre fueron proyectos a corto plazo. Era  importante tener una producción y un espacio, pero más importante aún contar con  el apoyo de excelentes amigos que los hicieron posible. Como puedes ver, no tener planes funciona, pero solo cuando no vivimos una suerte de tiempo muerto.

ME.- ¿Y ahora?

AG. Esperar a Godot debajo de un hermoso árbol aquí en La Florida; es un espléndido contén…

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  • (1) Grupo Los Once. (19531955) Grupo cubano conformado por siete pintores y cuatro escultores, cuyo nombre estuvo determinado por el número de participantes en la primera muestra conjunta realizada en la Galería La Rampa en abril de 1953. A partir de entonces, esa suerte de hechizo numérico constituyó su carta de presentación, independientemente de la cantidad real de expositores que confluyeron en las restantes exposiciones que juntos organizaron. (Tomado de EcuRed).

Nota: Mi profundo agradecimiento a la poeta y escritora Gioconda Carralero Dominicis, por su inestimable ayuda en la recopilación de importantes datos.

Algunos datos

Armando Gómez Peña, San Agustín de Aguarás, Holguín, Cuba, 1941. Uno de los pintores cubanos más destacados de estos tiempos. Cursa estudios en la Escuela Profesional de Arte de la provincia de Holguín, 1963-1968. Colabora en el taller de la escultora mexicana Electa Arenal. Desde 1968 a 1972 estudia en los Cursos para Instructores de Arte,  en la provincia de La Habana, Cuba, donde obtiene el premio a su proyecto “El Desarrollo Gráfico Infantil” . Su trayectoria está enriquecida por los numerosos premios a su obra y su activa participación en los espacios destinados a ello.

Forma parte del  II Encuentro de Investigadores en Varadero, celebrado en Cuba en 1976; también en el Taller Arte Popular con la expresionista cubana Antonia Eiriz. En 1982 participa en el Taller de Julio Le Parc y Rita Longa sobre Juguetes  móviles. Desde  1981 hasta 1984 estudia cursos afines y obtiene el título de museólogo en el  Instituto Politécnico de Museología, La Habana, Cuba.  Más tarde, en 1987, toma clases de Antropología y Semiótica con el Dr. Manuel Rivero de la Calle, Universidad de La Habana. En 1989  recibe cursos sobre los Principios de la Conservación en los Museos. Realizó un mural de cerámica para el Motel “Guardalavaca” en el interior del restaurante Holguín, Cuba (1989). Es integrante del equipo de realizadores del Mural para el Hotel “Sol del Atlántico” Proyecto (1989). Actualmente radica en Miami, Estados Unidos, donde continúa desarrollando su obra pictórica.

[Ver Armando Gómez Peña, en EcuRedcurrículo completo]

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