Teodoro Herrera Acosta.- Maestro en grado sumo de la palabra: José Antonio Rodríguez, cubano de pura cepa, ha dicho adiós para siempre. Escultor de arte en diferentes generaciones de artistas escénicos cubanos. Su trabajo dejó un recuerdo inmarcesible en el cine, la radio y la televisión. De ahí, que sus personajes fueron siempre memorables.
Voz, caracterización, búsqueda de la verdad y fe en una emoción particular simbolizaron sus pasos en todo lo que hizo, y lo que es más importante, que permanecerán en la memoria del público cubano: Otelo, Quién le teme a Virginia Wolf, (teatro), su interpretación en la televisión del Rigoletto, de Las Impuras, del escritor Miguel de Carrión fue memorable.
Nacido en la capital de todos los cubanos, el 19 de marzo de 1935, José Antonio marcó su primer paso en el Teatro Universitario, después vendría el Conjunto Dramático Nacional, La Rueda, el Grupo Los Doce, Teatro Estudio, hasta su gran creación: El Buscón, el cual estuvo marcado por la constante experimentación, fuerza expresiva, organicidad y técnica exquisita, convirtiéndose en uno de los actores más admirados, respetados y queridos de la mayor de las Antillas.
Entre sus singulares lauros, cabe resaltar el Premio Nacional de Teatro, distinción que el guardaba con amor junto con los Premios Coral en la categoría de actuación en Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, así como la Medalla Alejo Carpentier y la Orden por la Cultura Nacional.
Cabe entonces decir, después de este adiós físico, a la edad 81 años, recordar el axioma martiano, que honrar, honra.
