La Isla en Cuentos

La isla en cuentosPablo Socorro. – Reseña / ¡Al fin! Después de perderse en Arizona la primera vez, ir a parar a mi antigua dirección en la segunda ocasión, y terminar en un tercer y último intento en casa de Karo, mi vecino turco de la acera de enfrente, Amazon ha puesto en mis manos La Isla en Cuentos, de mi amigo Lázaro Echemendía.
Sin dudas que un libro tan rumboso como éste tiene vida propia. Como buen cubano, este libro habla sin tomarse pausas para respirar, gesticula, pone caritas, inventa nombretes, hace chistes, brinca a la pata coja de la imaginación, mientras va descubriendo ante nosotros uno de los muchos Macondos caribeños que abundan en la isla. La Cuba profunda de pueblitos perdidos a la vera del camino, cuna lo mismo de grandes hombres que de adorables idiotas.
Lázaro, mi amigo de Facebook, disecciona a esa Cuba con la mirada socarrona de un médico que cambió de profesión a fuerza de criarse entre cuentos y cuenteros. Sin dudas, Hipócrates perdió un bisturí, pero Calíope ganó una pluma.
De esta Isla en Cuentos, saltan al cuello del lector personajes como el supercomunista Leonardo Guantanamera, Jesús la BRT, Néstor Tibol, Tina la Guarapito, Magaly Perra Chula y hasta el propio autor retratado en Lázarito El Fuerte. Cuando alguien tiene la capacidad de reírse de sí mismo, está más allá de toda crítica malsana. Le resbalan por la piel hasta las maledicencias de sus propios personajes.
Al decir de Lázaro, todos son personajes reales, y todos las historias son realidades de una cotidianeidad que le persigue, aún cuando viva en Houston, en pleno corazón de Texas.
Les recomiendo este libro. Es un ciclón de sentimientos y “deja vuces” para los que hemos vivido en pueblitos pequeños y nos sentimos perdidos en las grandes ciudades del exilio. Y sólo vale 10 dólares con 47 centavos. Más económico que un McDonald, aunque no sé si menos perjudicial.
Si usted padece de hipertensión o de ahogos de risa, se recomienda su lectura en el cuerpo de guardia de un hospital. No por gusto lo escribió un médico, con el escalpelo afilado del buen costumbrismo criollo.

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