Picasso, coleccionista de chatarra

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Cabeza de toro, 1942

Patricia Zohn / Huffingtonpost .- En 1980, el Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA, organizó una exhibición en colaboración con el emergente Museo Picasso de París, emplazado en el majestuoso Hôtel Salé en el histórico barrio de Le Marais. Ambas instituciones estudiaron el tipo de objetos que Picasso había guardado para sí, las obras de otros artistas que habían inspirado su propio trabajo, elementos que él interpretó como representaciones de una creatividad o una innovación singulares, o simplemente objetos personales que le recordaban a las muchas mujeres que había amado y a las otras muchas que también le habían amado a él.

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Cabeza de mujer, 1931

Recuerdo haber visto florecer esta exhibición mientras iba de una institución a la otra preparando un documental para la cadena de televisión estadounidense PBS. Recuerdo haber pensado por entonces que la escultura de Picasso era incluso más gratificante y personal que su pintura, aunque tal vez no tan famosa. Recuerdo en particular que, al ver las muñecas de Paloma Picasso pensé que habría sido maravilloso tener a Picasso por padre, aun con todo su tristemente célebre temperamento.

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Las muñecas de Paloma Picasso

Ahora, las dos instituciones han vuelto a colaborar con una gran exposición escultórica que deja aún más claro cuán innovadora fue su escultura. A mi entender, no obstante, pone de manifiesto más que nada la inteligencia y el compromiso de Picasso con su mundo más inmediato, haciendo uso de un método de bricolaje tan original como encantador, tomando elementos de aquí o allí para dar forma a sus esculturas. Picasso tenía un ingenio desbordante y, aunque se tomaba su trabajo y a sí mismo muy, pero que muy serio, conseguía levantarse cada día con la capacidad de ver las cosas con una perspectiva diferente.

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Mandolina y clarinete, 1913

La creación de esculturas era esporádica y cambiaba cada vez que la retomaba. Las más dispares circunstancias influían en la elección de su método y su forma: nuevos materiales, nueva mujer, nuevo hogar, la guerra, la cantidad de espacio de que disponía, incluso cuando tenía fiebre. Improvisaba y reunía con premura aquellos elementos que espoleaban su fantasía, transformaba retales en objetos reales, no era un minimalista. Las conservadoras del museo nos recuerdan su “visión profundamente democrática, siempre alerta ante cualquier potencial escultórico en los elementos de su entorno”.

“Para aquellos que la sepan interpretar, he pintado mi autobiografía”, fue la frase que abría nuestro documental. Esta nueva exhibición es la prueba definitiva de que la cita podría corregirse para incluir también a su escultura.

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Naturaleza muerta, 1914

Observen las borlas de tela. El coche de juguete de su hijo. Una comba. Un carrito de bebé. Un colador de cocina. Un bol de cerámica. Arena, pegamento, cuerdas, hilos, tornillos, cajas, madera de abeto. Las conservadoras le llaman chatarrero, pero en términos de arte contemporáneo, sé que a Picasso le habría encantado pasearse por cualquier mercadillo callejero de cachivaches y antigüedades.

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Cabeza de guerrero, 1933

Las mujeres y niños saltan a la vista en la obra, en especial en los singulares contornos de sus queridas, con unas rasgos que se acentúan, estoy segura, en relación a la cantidad de tiempo que pasaba alejado de ellas, añorando estar en su presencia de nuevo aunque sólo se hubiera ausentado una noche. Miren lo monumental que se volvió Marie Therese –a quien reconocemos por sus cuadros como una mujer rubia, nervuda, sensual, a menudo adormilada– después de que Picasso la transfiriera a la escultura.

En rara ocasión se pueden usar adjetivos como dulce y encantador para describir a Picasso, pero aquí sí se puede. Juguetón e ingenioso, incluso para las obras más grandes que terminaron por adornar grandes plazas o jardines, Picasso no tenía la palabra frontera en su vocabulario. Sí incluía las palabras madera, metal, hierro, cerámica, mármol y bronce, pero las oraciones que construía con ellas desafiaban las definiciones tradicionales.

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Caballito, 1961

Muchas de las esculturas son colaboraciones con otros artistas y, sin duda, están inspiradas en ellos. Al igual que trabajó codo a codo con Braque para definir el cubismo, también colaboró con Julio González, por ejemplo, para lograr sus transformaciones esculturales. También se puede encontrar a Giacometti y a Degas.

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Brassaï, estudio de Picasso, 1932

MoMA ha mantenido las obras juntas tal y como debieron haber estado en el estudio, así que el visitante tiene una sensación visceral de estar junto a Picasso en su estudio, como si continuara yendo de un sitio para otro para contemplar los trabajos del día anterior y de anteayer. Una suerte para nosotros, que nos permite percibir el auténtico aliento de las obras a la vez que la visión de los progresos diarios. Como se ve en la foto, el fotógrafo Brassaï fue una pieza fundamental (como otros lo fueron también más adelante) a la hora de documentar la escultura in situ. La presentación en MoMA es austera, pero el visitante agradece su foco directo y honrado sobre el trabajo, una exposición que falla únicamente por el plexiglás que recubre las obras más pequeñas, que contradicen la clara espontaneidad con las que fueron creadas.

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Bañistas, 1956

Picasso vivía especialmente cerca de las esculturas, junto a ellas incluso, y se ponía de mal humor ante la idea de prestarlas, venderlas o, en ocasiones, por que no le hubieran ofrecido suficiente dinero como para querer desprenderse de ellas.

Una vez haya terminado con esta planta de la exposición, tome las escaleras hacia el piso inmediatamente superior, donde se encuentran las galerías de pinturas y esculturas, y diríjase a la galería Picasso. Recuerde lo prolífico que fue este artista, cómo compaginaba las destrezas, y pintaba y pintaba hasta llegar a la esencia de las cosas. Preste especial atención al cuadro de Las señoritas de Aviñón, las chicas que miraron a Picasso con la misma altivez y arrogancia que seguramente él también tenía en su mirada. Su pintura, en general, es capaz de ir más allá, más hondo y, desde mi punto de vista, deja un sabor más duradero en la boca.

“Pinto lo que veo”, decía supuestamente Picasso, pero lo que veía dependía de aquello que sentía. Con la escultura, podría decir lo mismo.

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Cristal y periódico, 1914

Uno cree que ha visto todo lo que hay que ver sobre Picasso, y luego aparece esto. Incluso este verano, en los museos Picasso en Antibes y en París, quedé sorprendida una vez más. Siempre hay más. Los artistas han recibido inspiración de Picasso durante años y puedo imaginar fácilmente a toda una generación nueva experimentando el mismo estímulo al contemplar su obra. Las dos conservadoras, “las Annes” (Anne Temkin y Anne Umland), tal y como oí llamarlas a un miembro de la familia Picasso durante la inauguración, han sido sólo las últimas mujeres en sucumbir al hechizo del artista.

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