Un montón de cosas, entrevista a José Soler Puig

josesolerpuigRaysa White .- Para sentirse cómodo usted recuesta el codo en la Sierra Maestra y en Padre Pico apoya el pie. Santiago es a veces verdad y otras veces fantasía. Si alguien hubiera tratado de escribir su historia le bastaba un almanaque de cartón. Un mito cabe en cualquier parte. Pero hace treinta y cinco años José Soler Puig descubrió otra cosa. Descubrió que Santiago estaba lleno de palabras. !Quién iba a imaginar tantas! Resbalaban tan locuaces por sus dedos que, en un abrir y cerrar de ojos, transformó  en literatura la vida cotidiana de su ciudad. Recio, delgado, enjuto, largo como una lanza que apenas puede pasar el portón, hoy sus dedos no corren como hace veinte años. Ni sus ojos otean el horizonte como el renombrado peregrino. Sin embargo, algo de su cabalgadura trasciende el tiempo ausente. Algo que nos impide precisar  si es por fin el jinete, el escudo, el caballo? ¿Quizás el yelmo? ¿la armadura? ¿el camino? ¿Quizás Santiago?

Usted tiene tipo de haberse casado una sola vez.

Dos veces.

Lo que se dice casarse, ir a la notaría… No quiero que lo tome como una irrespetuosidad, pero es que me da imagen de un hombre tranquilo.

Mi vida es simple. Yo tenía una novia que la quise mucho, después me di cuenta que de que no podía casarme, pues me encontraba prácticamente en la miseria. Un día estaba bien, otro mal. ¡Así quién va a sostener una casa, una familia! Y terminé aquello para no echarle a perder su vida. fue un noviazgo larguísimo. A mi esposa la conocí en una playa, malísima por cierto; ella era ama de llaves. Yo, un muchacho no tan muchacho, e iba con otra novia. La miré, ahí mismo la otra novia dejó de ser mi novia. Nos pusimos a conversar. A los dos meses nos casamos.

Pero yo le veo a usted aire de sacerdote. Persona metódica, asentada.

Será que como yo me crié en un colectivo de curas.

Sí, pero eso no me dice nada, otros se han formado en colegios religiosos y no tienen tipo.

Es curiosa la insistencia suya. Pues sí, yo desde niño tenía vocación para ser sacerdote. Quería ser sacerdote. Yo conversaba con Dios. Él me hablaba y yo le hablaba, y así estuvimos hablándonos muchos años. Teníamos como una intimidad que no tenía nada que ver con mi conducta en el colegio. Recuerdo una clase donde el padre trataba de enseñarme la existencia de Dios, y me daba como prueba de ello que todos los pueblos estaban viviendo el sexto período y no sé cuántas cosas más. Un día le riposté: “Oiga, padre, nosotros estaremos equivocados, como usted dice, pero ¿no puede darse el caso de que los equivocados fueran ellos?”. No sé ni para qué dije eso. Se incomodó y me amenazó con tirarme el libro por la cabeza. Yo me sonreí. Quisieron hasta botarme del colegio. No dormí esa noche. Me acuerdo que amanecí con un no sé qué, algo no común, y que tenía que ver con un libro de religión que me caía sobre la cabeza.

Una manera sui géneris de relacionar la religión con la literatura.

También puedo decirte que la primera persona que vio en mí posibilidades de ser narrador fue un jesuita. Yo estudiaba en el colegio de Dolores. Con nueve años. Y el profesor de gramática –era el padre Abarquero-, mandaba a escribir narraciones en el aula. Le llamó la atención una que yo hice acerca de un partido de fútbol, y desde ese momento me ponía tareas en las que yo tenía que narrar. Recuerdo que Abarquero se fue para España y vino otro, pero este le tiraba a las matemáticas. Y entonces mis ocupaciones pasarron a las ciencias de los números. Un día él estaba escribiendo un problema en la pizarra; teoremas y corolarios y yo le digo: “Padre, esto se resuelve así y así”. Él me preguntó: “¿Quién se lo dijo?”. “Nadie”, respondí. Él me va a la riposta: ”Cuándo se le ocurrió eso, y no me diga mentiras?” “Padre, ahora mismo”, le respondí otra vez. Dice él: “Eso es imposible, este es un problema para tercer año, y el único que los descubrió en el momento fue Newton, y usted de Newton no tiene nada”. Había descubierto el binomio de Newton, que le llaman. Yo, que nunca pude ingresar en el bachillerato, porque las cuatro veces que me presenté, me colgaron.

Nos estamos metiendo en camisa de once varas, pues pudiera tratarse de ciertos misterios en su interior.

Si te digo, te engaño. No tengo de eso la menor idea. Pienso que he tenido suerte. Y en el caso de la literatura, he tenido la suerte de que mucha gente inteligente me enseñara, se tomara interés por mí, que me trasmitieran sus conocimientos: algunos los perdí, otros los aproveché. Pero si viene al caso es algo insólito. Salir del anonimato y que sin más ni más, cuentes con el apoyo de personas como José Antonio Portuondo, Juan José Arreola, Eradio Cepeda, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Onelio Jorge Cardoso. Si eso no es suerte, yo no sé lo que es, entonces. Me trataron como si fuera su discípulo. Me pusieron al corriente de los secretos de la narrativa. Y a tanta insistencia –sería demasiado bruto si no hubiera conseguido alguna cosa- conseguí ser escritor.

jose-soler-puigSu primera novela –Bertillón 166- fue Premio Casa de las Américas en 1960; (es algo así como la que inauguró los Premio Casa). Me pregunto ¿de qué modo pudo lograr esa fluidez narrativa o le viene también de su inconsciencia?

Yo trabajaba como guionista en el ICAIC con Alfredo Guevara. Guevara y Haydée Santamaría estaban muy vinculados, y Haydée contrató o convenió -no sé qué termino usar- al escritor mexicano Juan José Arreola para que escribiera un guión de cine, y Arreola se quedó un tiempo en Cuba, por la Casa de las Américas. Parece que Haydée le pidió que hiciera algo con los escritores que nacíamos. Él nos reunió y nos explicó lo que iba a hacer con nosotros, y para que el curso fuera más convincente, nos pidió que alguien le diera algo suyo que él pudiera leer: un cuento, una novela, y empezar a trabajar en eso. Hizo como una especie de taller. La primera víctima fue Guillermo Cabrera Infante. Uno del grupo le dio un libro de Guillermo. Arreola comenzó a leer el primer cuento del libro, que había sido años atrás  premio Hernández Catá, y lo despedazó. Entonces empezaron a discutir él y Guillermo. Figúrate, el que discute de esos temas con Arreola es hombre muerto. Sabe demasiado. Cuando terminó de dar sus explicaciones y sus cosas, me dice: “Usted no se vaya, usted quédese”. Me quedé sorprendido, pues yo me había puesto de parte de Guillermo, por una cuestión de amistad, y pensé, ahora este me elimina a mí también. Pues no, me dice: “Con Usted voy a tener un trato especial”. Cuando aquello yo había escrito dos obras nada más. Y él me dice: “He leído sus novelas. Creo que podemos encontrarnos todas las mañanas. Temprano”.

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Yo tenía escrita una nueva novela titulada El maestro. Empezamos a trabajar sobre esa obra, la modificó totalmente, y cada vez que me hacía una corrección me explicaba el por qué. Así estuvo conmigo unos seis o siete meses.

A veces pasa eso, hay personas decisivas en la profesión de uno.

Le debo más. En una entrevista que le hicieron en México, Arreola comentó que había estado en Cuba y que había conocido a grandes escritores cubanos, entre ellos a José Lezama Lima y José Soler Puig. ¿Qué puedo decirte después de eso? Con él aprendí mucho. Yo he aprendido mucho con dos mexicanos, el primero Eradio Cepeda y después Juan José Arreola, que fue el que más me enseñó y se dedicó a mí.

Me llama la atención que sea tan agradecido, porque la mayoría de las personas toman y omiten para que se piense que todo ha sido suyo.

Es que no soy un mentiroso.

El tema de la muerte lo trata con especial acento en sus novelas ¿Obedece a alguna intención premeditada? Se esconde tras él algún simbolismo?

No es un tema especial en mí. No me doy cuenta de eso. Escribo y la muerte sale. No sé por qué. Si te soy franco, no pienso ni en eso. Creo que la muerte es algo muy natural, muy sencillo. Hay que aceptarla porque no queda más remedio. Sin la muerte seríamos muy desgraciados.

Ha sufrido el shock de la muerte en su vida personal?

Perdí un hijo. Se ahogó. Había salido como cualquier joven a la playa, ¿quién sabe? El caso es que no regresaba y nos preocupamos. Alguien nos avisa que había tenido un accidente, pero no me dijeron si estaba vivo o muerto. Yo sabía que estaba muerto. No es que me lo imaginara ni que me diera esa impresión. Estaba seguro; y cuando llegué, que lo vi acostado en la camilla, dije: “Está muerto”. Pues todo el mundo tenía esperanzas de que estuviera vivo. Yo sabía que estaba muerto. Y no creo en eso de la otra vida ni del más allá. Para qué te voy a decir una cosa por otra. Yo pienso que después que uno se muere se acabó todo. Después de la muerte no hay nada, ni siquiera el alma, se acabó todo. Hay una teoría de que los huesos… considero de que los huesos no tienen nada que ver. Eso es lo que yo creo. No quiere decir que eso sea así ni que yo niegue lo que otro diga. Es mi parecer. Ahora no sé si te has dado cuenta del miedo a la muerte que existe en Cuba. Yo no sé por qué los cubanos no enfrentamos el problema de la muerte con naturalidad. La muerte para los cubanos es como un tabú. Aquí la gente no muere, desaparece físicamente, como si siguiera viviendo de una manera espiritual. Ese espiritualismo, que yo le llamaría idealismo, es lo que me lleva a escribir Ánima sola.

Soler, sus historias se encierran en un universo localista, se lo comento específicamente por los personajes. El personaje suyo no es habanero ni pinareño ni camagüeyano ni cubano. No puede ubicarse en esos tipos. Como quiera que lo construya es el típico santiaguero.

No sé si es porque yo nací en Santiago. Aunque también he vivido en Guantánamo. Yo considero que los santiagueros tienen una manera de ser muy diferente a la de todos los cubanos. Somos cubanos y hemos hecho cosas como cualquier otro cubano. Pero yo considero al santiaguero un cubano muy especial. Tal vez porque he estudiado mucho su carácter, o quizás porque soy un provinciano, que más da. Fue ese hombre de Santiago que se me acercaba, lo que impulsó en mi pretensión de escribir cuentos y novelas sobre Santiago y los santiagueros. Si así lo quieres ver. Y que es cierto, en fin.

Cuando se refiere al carácter especial de los santiagueros –digo, alejándonos un

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poco del vulgar criterio regionalista- ¿cree que este carácter tenga que ver con el clima, por ejemplo? Porque el clima puede modelar el carácter de las personas. Darle un sello.

Tampoco sé nada de eso. Hay un sentido inconsciente en mi acción. Mira, te voy a decir más. Yo viví en La Habana tres años y estuve a punto de volverme loco. Yo hacía radio en La Habana sin problemas, pero para hacer la novela me venía para Santiago y en la casa de mi mamá, sentado en la mesa del comedor, escribía. Y es así como lo he escrito todo. Las novelas no las puedo escribir en otra parte.

Cuando leo algo suyo, tengo la sensación de estar pasando por un torrente, como si le fuera fácil escribir y escribir…

Para mí escribir es como dar pico y pala -¡y yo he dado pico y pala! Escribir me agota tanto como pasar ocho horas dando pico y pala, y tanto es así, que últimamente no puedo escribir más de una hora diaria. Cuando era joven escribía el día entero. Llegaba a escribir un cuento diario. Al final los reunía y los enviaba a la revista Carteles. De veinticinco o o treinta cuentos que envié, Carteles me publicó uno. Realmente eran como ejercicios para aprender a escribir, y cuando me publicaron ese me sentí muy contento.

Concibe alguna estructura antes de comenzar a narrar?

Yo imagino la novela completa. Y cuando termino de escribirla nada de lo que he escrito tiene que ver con lo que imaginé. Esa es mi estructura. Eso sí, desde los catorce años empecé a vivir para conocer la vida. Vivir para poder escribir, y me he dedicado a muchas cosas con el fin de ganar experiencias para escribir.


Bertillón 166, En el año de enero, El derrumbe, El caserón, Ánima sola, Un mundo de cosas
Si lo coge un santiaguero con esa naturalidad que tienen ustedes, seguro le dice: “Compay, Soler, usted ha escrito hasta por gusto”.

Bueno, hay un alto funcionario de la cultura –si me pinchas un poco te digo quién es- que me dijo un día: “Soler, usted no debería ponerle a esta novela Un mundo de cosas, debería de ponerle Un montón de cosas.? Te imaginas, eh? Sabes quién le puso el título a esa novela? Fayad Jamís. jose_soler_puigFayad y yo fuimos juntos a China. Yo iba para una invitación de los chinos, pues trataban de traducir Bertillón 166 a ese idioma, y necesitaban un contacto entre el traductor y yo. En ese interín leyó la novela y me sugirió el título.

”Por cierto, en China me pasó una cosa terrible. Mi viaje coincide con el de una delegación de escritores y artistas que también visitaban ese país y a alguien se le ocurre tomar una foto de grupo. Figúrate, en aquellos tiempos la cuestión oficial, el cubano en el extranjero. Te decían, te paras aquí, tú te paras allá y… A mí me dicen: “Soler, usted va aquí”. Y cuando voy a ponerme, hay un chino en mi puesto. Trato de hacer que él entienda que ése es mi lugar, pero el chino nada. Le metí un empujón. Era Chou En Lai. Cuando me lo soplaron pasé la vergüenza más grande de mi vida. No sabía qué hacer. Él no me dijo ni pío. Después nos hicimos grandes amigos. Me pasé tres meses en China y conversé como tres o cuatro veces con Mao Tse Tung y Chou En Lai.

Soler, a usted nunca le ha dado la idea de mirarse por dentro, de tener una idea de sí mismo?

Yo soy un hombre común y corriente que tuvo la suerte de recibir mucha ayuda y conocimientos, y de todo eso me quedé con un poquitico así. Meto mucho la pata. Me equivoco mucho. Cuando me incomodo digo barbaridades, no digo palabras obscenas, pero hablo duro, lo que se me ocurra. No las pienso. Me fajo con mi hija, me fajo con mi mujer y después es como si no hubiera pasado nada. Soy muy bruto. No sé lo que es el rencor. A mí me han pasado cosas y otras personas han quedado muy disgustadas, yo no. Me olvido, como si nada hubiera ocurrido. Todo lo que soy se lo debo a mi mujer. Ella es la que me estimula, la que me da aliento. La que me soporta. Me atiende. Sin ella soy muy poco. Quisiera ser mejor de lo que soy y que la gente fuera mejor de lo que es. Y tengo fe en que algún día llegaremos a ser buenos. La vida me ha demostrado que dentro de nosotros hay muchas cosas que no son buenas. Nos hacemos daño. No puedo afirmar si es por esencia o por crianza, pero me parece que no sabemos todavía como convivir? ¿Tú quieres que te diga quién soy yo? Yo soy un infeliz.

 Publicado originalmente en La gaceta de la UNEAC, 1995

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