Las aguas y los lodos

columna a contra corriente

El camino del éxito
El camino del éxito

Ignacio T. Granados.- Generalmente coincidimos en que internet ha cambiado la cultura como forma de relacionarnos, pero insistimos en ofrecer y esperar lo mismo; es ese tipo de contradicción lo que explique la disfunción básica, en que todos nos debatimos con un optimismo tan ingenuo como infundado. En realidad las esperanzas que ha ofrecido la internet serían las de una horizontalización de la tecnología, pero como una alternativa en el mismo esfuerzo por escalar la pirámide social; que diseñada con los parámetros del individualismo moderno, conducirían a la cúspide del éxito y la realización personal. Sin embargo,  en la simpleza misma del planteamiento se escondería la falacia, que conduzca los esfuerzos a la frustración antes que a la realización; ya que la necesidad misma de una alternativa debería indicar que el sistema es fallido en sus resultados, y que no basta el talento y la voluntad para esa realización.

Eso es una obviedad, pero no resulta tan evidente como debiera porque no está dentro del marco de intereses diseñados para el individuo moderno; y que no son esa realización personal sino su duro mantenimiento en el día a día, lo que no es o sería ni paradójico porque es lo estrictamente natural. El problema es que ese diseño original de los intereses individuales habría corrido por cuenta de una élite, no comprometida con los mismos; ya que en esa apoteosis suya estaba satisfaciendo sus necesidades propias, en la forma de esa proyección humanística. En realidad, y no importa los aportes concretos que hicieran, los grandes maestros del humanismo moderno lo fueron en función de esa realización personal suya; que así marco sus estilos de vida como un canon a seguir en la búsqueda del éxito, en una suerte de modelo universal, que ya en ello —en tanto referencia institucional— perdería su originalidad.

De ahí que la contradicción sea producida por la extemporaneidad del modelo, más grave en cuanto que existencial; continuando en la producción de Voltaires a pesar de la caducidad del Cándido, que no será erróneo pero sí anacrónico. Hoy se responden ironías antes impensables a los axiomas modernos, como aquel de que un hombre puede morirse después de plantar un árbol, escribir un libro o hacer un hijo; a lo que responden con el sarcasmo de que lo valioso es cuidar del árbol, que alguien lea el libro y el esfuerzo real de criar el hijo. A partir de ahí pareciera incluso que ser moderno es ser esencialmente irresponsable, además de perpetuar el modelo tradicional en las relaciones de dominación; lo que es también injusto y excesivo, porque obvia la realidad de que el humanismo viabilizó la evolución a la modernidad, que era necesaria.

Es decir, el problema no sería la modernidad sino su perpetuación viciosa en ese culto perverso de la eterna juventud; que no obstante la persistencia y hasta la deformación infligida a los espejos, no puede negar el envejecimiento. Es así que los círculos intelectuales habrían devenido en esa especie de burbujas, con la extraña función de alternativas a la nada; en que como los círculos de seniors, los viejos se reúnen a fingir que son jóvenes en vez de recrearse en los nuevos intereses que les depara la edad. La metáfora es triste pero no es ni con mucho una burla a los viejos, que con más dignidad que los escritores contemporáneos acceden a la gratuidad del tiempo; pero sí ilustra la banalidad de estos esfuerzos de usar las tecnologías para la perpetuación de lo mismo, como si no hubieran sido aquellas aguas las que trajeran estos lodos.

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