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Me pregunto qué estará armando Dios allá en el cielo, que se los lleva uno tras otro, como piezas de bolos. ¿Será un acto de compasión? ¿Los recoge antes que la demolición sea total y nos aplaste?

Raysa White ©

Hoy supe que había muerto César Leal Jiménez, el artista, y sentí un dolor muy grande. Se nos están yendo las paletas y bardos de calibre, aquellos con grasa y médula, los que sostienen con su sola presencia el peso de un país en ruinas. Me pregunto qué estará armando Dios allá en el cielo, que se los lleva uno tras otro, como piezas de bolos. ¿Será un acto de compasión? ¿Los recoge antes que la demolición sea total y nos aplaste?

César y yo, en los últimos meses, manteníamos una correspondencia casi diaria. Compartimos la misma angustia, la misma impotencia de ver cómo nuestra tacita de oro, Cuba, se desmorona sin remedio. Una isla que fue sinónimo de belleza y de vigor hoy es un cascarón vacío donde la población envejece y muere en silencio. Donde las estructuras —físicas y morales— se deshacen hasta el derrumbe. Y mientras tanto, los de siempre, los que manejan el destino de la nación como si fuera un tablero de ajedrez dañado, siguen jugando su partida burda, sin importarles el destino de los caballos, las torres y peones que caen en el olvido.

Oriundo de Sagua la Grande, tierra de nuestro Wifredo Lam, César Leal Jiménez se graduó como periodista y pintor, pero fue mucho más que eso. Su arte trascendió el lienzo, su docencia dejó huellas en generaciones enteras de artistas visuales. Pasó por las aulas de su provincia, dejó su impronta en la icónica Academia San Alejandro, y se alzó como un maestro del abstraccionismo, un creador que supo llenar de color y vida a la desesperanza.

Pero Cuba, esa madre ingrata que tantas veces nos devora, lo ignoró en su hora final. No esperábamos menos.

Conocemos cómo funciona la censura de los mediocres, cómo castigan a los que se atreven a pensar, a disentir, a decir en voz alta lo que otros apenas murmuran. César, como tantos otros que han presentado el arma de la decencia, ha sido desterrado del reconocimiento oficial, condenado al país del ostracismo, donde van a parar los que incomodan, los que con su talento desafían la medianía impuesta.

Pero aquí estamos los que aún tenemos memoria. Y desde lo más profundo de mi ser, le elevo un mensaje a César:

Dondequiera que tu alma se encuentre, no serás olvidado. Tu obra y tu buen nombre seguirán vivos en aquellos que valoramos tu creatividad, tu coraje y tu integridad. Porque la obra de un artista y su legado son mucho más importantes que perpetuar políticas y defender ideologías. Y porque al final, los que intentan borrar la historia terminan siendo borrados por ella.

Descansa en paz, César Leal. Nosotros nos mantendremos aquí, resistiendo al olvido.