
Aimée González Bolaños era, ante todo, una humanista entrañable. Su paso por la Universidad Central de Las Villas, en Cuba, marcó a todos sus discípulos.
Luis Álvarez Álvarez
Ha muerto Aimée González Bolaños. Relevante poeta, ensayista, académica, fue víctima de un absurdo accidente de tránsito en Brasil. Su pérdida es irreparable. Cubana esencial y criolla, su elegancia humana, su cultura real, su sensibilidad fueron siempre magnéticas.
Era, ante todo, una humanista entrañable. Su paso por la Universidad Central de Las Villas, en Cuba, marcó a todos sus discípulos. Y lo mismo ocurrió en sus fructíferos años en Brasil. Enfrentó con la serena gracia que la caracterizó una difícil trayectoria universitaria cubana.
No tenía nada que ver con la vulgaridad, la pedantería y esnobismo de varias de las figurillas vocingleras y temidas en aulas y pasillos universitarios de isla. Alguna vez recordamos en conversando a una de esas tristes figuras, y solo me dijo: «Ah, sí. La vi una vez: flaca, cané y descangallada». Y la frase en lunfardo sonó en su voz como una condena definitiva del falso intelectualismo insular a partir de 1959.
Demoró, quién sabe por qué, en dar a conocer su poesía. Pero es esencial. Dejó grandes y bellos libros, intensos y estremecidos: Escribas, El juego de los trigramas, Andante, El libro de Matat, Alada viajera, que son tanto expresión literaria cabal, como documento de su evolución humana. En Erótica medusa, escribió estos versos: «con aire y memoria / amando / enciendo el fuego», que la definen en su fina y altiva sencillez. Pero en Alada viajera confesaba con firme sencillez: «mi nueva casa es un camino / sobre una tierra alada / cuando ando celebro / cada uno de mis pasos».
Dejó Cuba. No la puedo imaginar allí sino como víctima de un estado de cosas asfixiante, en particular en el medio académico. Y no creo que honren oficialmente su fecunda trayectoria en nuestras letras. Sus discípulos reales, sus amigos, sus hermanos, la recordamos para siempre.