Severo Sarduy

Severo Sarduy se muestra como un crítico dotado a la vez de inteligencia, agudeza y sensibilidad: basta revisar su texto “Del grabado”, o las notas dedicadas a Julio Matilla, Mariano Rodríguez, Eduardo Abela, Roberto Diago, René Portocarrero, Amelia Peláez, Cundo Bermúdez, Raúl Milián, Loló Soldevilla, Wifredo Lam, Sandú Darié, Raúl Martínez, entre otros. En Cuba su conocimiento de la pintura se restringía, sobre todo, a la contemporaneidad.

Luis Álvarez Álvarez

Severo Sarduy nació en Camagüey en febrero de 1937, y murió en París en junio de 1993; fue pintor, poeta, dramaturgo, novelista, crítico de arte, ensimismado estudioso de la cosmología. Su legado es tan multifacético, que lo convierte en uno de los creadores cubanos de mayor trascendencia, uno de nuestros pocos polígrafos.

Al inicio de la década del sesenta del siglo XX, se inicia la labor de Sarduy en crítica literaria. Sarduy escribió diversas críticas para periódicos y revistas nacionales. Son textos de extrema juventud, escritos, además, en años muy convulsos de la cultura cubana. En ese período temprano en La Habana, ya se manifiesta la voluntad de reflexión teórica que, madurada en París, lo acompañó toda su vida. Véase su artículo “¿Qué es pintura?”, publicado en marzo de 1959. Ese año aparecen los primeros juicios de Sarduy sobre artes plásticas, incluidas en una nueva meditación, muy preocupada por la polémica que, en ese año, arreciaba a propósito de los llamados pintores abstractos —en aquel entonces, se incluían bajo esa denominación, en criterio de Sarduy, Mirta Cerra, Mariano, Martínez Pedro, Felipe Orlando, Sandú Darié y otros—, cuyas posturas estaban siendo muy criticadas desde posiciones de miope intransigencia, donde predilecciones críticas cargadas de dogmatismo comunista, que pretendían encauzar, de modo autoritario, la creación artística en su amplio sentido. Sarduy se negó  al reduccionismo de los comunistas. Sarduy se muestra como un crítico dotado a la vez de inteligencia, agudeza y sensibilidad: basta revisar su texto “Del grabado”, o las notas dedicadas a Julio Matilla, Mariano Rodríguez, Eduardo Abela, Roberto Diago, René Portocarrero, Amelia Peláez, Cundo Bermúdez, Raúl Milián, Loló Soldevilla, Wifredo Lam, Sandú Darié, Raúl Martínez, entre otros. En Cuba su conocimiento de la pintura se restringía, sobre todo, a la contemporaneidad. Será en Europa donde sus horizontes se amplíen y donde adquiera una rica cultura pictórica.

Pintura paisaje de Severo Sarduy, contenida en sus «Autorretratos»

En Francia estará atento a la transformación profunda de las artes plásticas que, en la década del 60 al 70, alcanzaba una peculiar intensidad. Se relaciona con diversos artistas de épocas diversas como el uruguayo Joaquín Torres García, el español  Luis Feito, el cubano Ramón Alejandro, el alemán E. M. Erhardt, el argentino Julio Le Parc, el israelí Yoacov Agam, la portuguesa María Elena Vieira da Silva, el alemán Georg Baselitz o el belga Pierre Alechinsky. Asimismo, Severo descubre a los norteamericanos Robert Rauschenberg, Roy Lichtenstein, Robert Motherwell,  Barnett Newman o Mark Rothko —Sarduy “descubre” al gran artista ruso-norteamericano en 1963, en ocasión de la primera retrospectiva sobre Rothko en París—, quien habría de convertirse, posiblemente, en su pintor más apreciado. Así, la pintura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX se convierte para él en una verdadera obsesión. Es una inmersión definitiva en las corrientes profundas de la plástica contemporánea, ahora desde una percepción aguda de su carácter de resultado de una larga evolución. En esta época, retoma su vocación por la pintura. En 1968, publica en Buenos Aires Escrito sobre un cuerpo, su primer libro de ensayos, escritos cuando ya está inmerso en la renovación del pensamiento estético implicada por el estructuralismo, cuya teoría estudió con intensidad.  Fue, desde ese libro, una voz excepcional, culta y sensible, multifacética y universal.