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María Corina Machado en Oslo. Cuando la verdad sube, el ruido no la alcanza.

EDITORIAL

Raysa WhiteAkerunoticias

Hay momentos en que la política abandona su traje cotidiano -el de la maniobra, la presión y los discursos fabricados- y se vuelve un gesto limpio. Una forma de legitimar una verdad sin maquillaje; una verdad que no admite disfraces.

La llegada de María Corina Machado a Oslo con motivo de la ceremonia del Premio Nobel de la Paz es más que una acción simbólica. Es un reconocimiento internacional a su lucha, a su coherencia, a su valentía política y al clamor de millones de venezolanos que han resistido dos décadas de destrucción institucional.

Un reconocimiento que ningún aparato propagandístico puede empañar.

Han querido revestirlo de polémica. Han querido sembrar la semilla de la ambivalencia. “Controversial”, repiten -inclusive algunos medios- con la misma pereza intelectual de quienes no se toman dos minutos para revisar el contexto, las razones y el peso moral del momento.

Es un viejo truco. Cuando no quieren reconocer un hecho, lo relativizan. Cuando una presencia incomoda al poder, la tiñen de duda. Y cuando una mujer se levanta demasiado alto, le buscan la sombra.

Pero los hechos, cuando son verdaderos, se sostienen solos.

Decir -como repiten ciertos medios, en lenguaje manipulador- que “el premio es controversial” forma parte de la estrategia desgastada de distorsionar lo evidente.

Para ellos es “controversial” que una mujer venezolana, sin armas, sin partido tradicional, sin recursos del Estado, haya logrado convertirse en la figura más legítima de la oposición democrática, reuniendo la fuerza extraordinaria de millones de ciudadanos que, a pesar de todo, siguen creyendo en el derecho de decidir por sí mismos.

Eso es lo que les molesta. Lo que no soportan. Lo que intentan opacar con palabras gastadas.

No. El premio no es controversial. Controversial es el régimen que intenta deslegitimarlo.

María Corina no está allí por propaganda ni por lástima. Está allí porque su liderazgo se ha convertido en un referente ético, cívico y democrático dentro y fuera de Venezuela.

Porque no se doblegó. Porque no negoció su conciencia -como hicieron otros-. Porque su voz representa a un país entero.

La controversia solo existe en los laboratorios de un poder dictatorial que necesita sembrar duda para debilitar la confianza.

Pero hay un hecho que no se puede ocultar. El mundo democrático ha reconocido el valor de una mujer que encarna la resistencia civil más férrea del continente.

La congresista republicana María Elvira Salazar viajó a Oslo para respaldarla.

Y como para sellar este momento con un gesto que tiene tanto de fuerza como de decencia, la congresista republicana María Elvira Salazar viajó a Oslo para respaldarla.

No es poca cosa. Dos mujeres latinoamericanas, firmes, preparadas, curtidas por la vida,
alzando -en un abrazo claro y visible- la bandera que el autoritarismo más teme: la bandera de la libertad.

La presencia de Salazar, una mujer que ha demostrado que la política también se hace con dignidad, no fue un gesto protocolar. Fue un respaldo moral. Una forma de decir:

“No estás sola, María Corina. Venezuela no está sola.
Tu causa, que es la causa de todos los que creen en la libertad, tiene resonancia.”

Ese encuentro, breve pero significativo, tuvo la fuerza de un símbolo. El de las mujeres que construyen, que no se venden, que no se rinden, las mujeres que llaman las cosas por su nombre, Esas mujeres son las que están cambiando el tablero político de nuestra región.

Mientras tanto, desde Miraflores, la reacción fue la habitual: agresiones, insultos, descalificaciones. Una letanía de maldiciones que, como todo lo bajo, no llega al cielo.

Porque la verdad, cuando asciende, no necesita gritar. La verdad asciende y se coloca en su lugar. ¿Y quién la eleva? La elevan los pueblos que no se rinden. La eleva la determinación de una nación que ha sobrevivido a todo, menos a la sumisión.

Eso es lo que está ocurriendo.

Hoy, cuando María Corina sube, es Venezuela quien se levanta. Mientras el mundo observa.

Y las maldiciones de quienes ya no tienen nada más que ofrecer que su propio ruido, se quedan donde nacen: en la tierra húmeda del miedo, en el fango del resentimiento, en el eco desesperado de quienes sienten que el tiempo, finalmente, se les está acabando.

Raysa White, escritora y periodista.

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