Emily Dickinson, her 181st birthday / Emily Dickinson, su natalicio 181º
La poeta estadounidense es considerada una de las más importantes autoras de la literatura norteamericana y universal. De Emily Dickinson también han sido publicadas varias compilaciones de cartas.
Iván de J. Guzmán López / El Mundo, Medellín, Colombia
Hoy estamos celebrando el natalicio número 181 de la querida poetisa Emily Elizabeth Dickinson, nacida el 10 de diciembre de 1830 en Amherst, Massachussets, Estados Unidos. Hija de una pareja puritana, a la usanza de los inmigrantes de Nueva Inglaterra, entre quienes se cuenta su abuelo Samuel Fowler Dickinson, fundador de la Universidad de Amherst. Su padre era el abogado y político Edward Dickinson y su madre era la reconocida dama de la cual heredó su primer nombre: Emily Norcross.
Sensible y tímida, dejó transcurrir su existencia en su pueblo, recluida en casa y casi sin salir de su habitación. Leía especialmente La Biblia, a William Shakespeare, al poeta John Keats y a las hermanas Brönte (recordemos a Emily Brönte, una de ellas, con su bella y dolorosa “Cumbres borrascosas”). Su hogar fue el crisol de su poesía delicada, apasionada, que ha puesto su nombre en el mosaico de los grandes poetas norteamericanos.
Algo de su vida
En 1840, con poco más de 9 años, asistió a la Amherst Academy; a los 17 años, en 1847, ingresó al Seminario femenino Mount Holyoke, donde permaneció una breve temporada.
Aunque evitaba los encuentros sociales, es necesario citar entre sus amigos cercanos a Benjamín Newton, abogado y secretario de su padre, quien estimuló su trabajo literario; a Thomas W. Higginson, que se convirtió en su consejero literario; al reverendo Charles Wadsworth, inspirador de muchos de sus poemas a quien Emily llamaba su “amigo terrenal más querido”; y a Susan Hungtinton Gilber, hacedora de versos, y casada con su hermano Austin.
Parece que la inmortalidad que alguna vez vislumbró Emily Dickinson en su pequeño pueblo, más concretamente en su casa, —refugio inefable de su vida y de su corazón, donde sus padres y su mundo poético lo eran todo—, se hace ahora más evidente que nunca, gracias a la literatura que da a cada cual lo que merece, según su cosecha y su creación. Los tres o cuatro poemas que publicó en su vida, más por la urgencia y la valoración de unos pocos amigos, hablaban ya de una gran poetisa, llena de campos semánticos y embriaguez lírica.
Solo ella sabía de la trascendencia de sus ahora famosos “boletines de la inmortalidad”, cuadernos cosidos por sus pequeñas manos, y que iba depositando en su mítico baúl, convertido en depositario de un tesoro que, andando el tiempo, y solo después de su muerte, su querida hermana, Lavinia, enseñaría al mundo. Cuatro años después de su fallecimiento, en 1890, se publicó una primera selección de poemas extraídos del antes citado baúl. En 1891 y 1896, tras el éxito rotundo de esa primera publicación, se hicieron dos ediciones más.
Obra
En 1955, la Universidad de Harvard, albacea de su obra, publicó los poemas originales encontrados en los cuadernos.
El clásico “pinta tu aldea y pintarás el universo”, tan propio de los maestros rusos y tan oportuno para definir a nuestro maestro antioqueño Tomás Carrasquilla, cobra vigencia en la obra de Emily Dickinson, especialmente en el poema que dice:
“Las mañanas son ahora más suaves.
Se van volviendo pardas las nueces.
No está la rosa ya y los carrillos
de las bayas se ven más regordetes.
El arce lleva una bufanda más festiva
y un vestido escarlata el campo.
para estar a la moda de la estación,
también yo me pondré algún adorno”.
En el siguiente poema, plétora de esencialidades, expresa:
“Es todo lo que hoy tengo
para traer. Esto y mi corazón.
Esto y mi corazón, todos los campos
y las vastas praderas.
Lleva la cuenta: si se me olvidara,
alguien podría hacer la suma.
Esto y mi corazón y las abejas
que habitan en el trébol”.
En un poema con dolor y olor a epitafio, dice:
“Nadie conoce esta menuda rosa.
Quizá una peregrina fuera,
si no la hubiera alzado yo del camino
para traértela.
Solo una abeja notará su falta,
solo una mariposa
que viene de muy lejos
a posarse en su seno.
Solo preguntará por ella un pájaro,
solo sollozará una brisa.
¡Qué sencillo, pequeña rosa,
es para ti morir!”
Es indudable que aún hoy, sus poemas tienen ese suave olor a reseda que impregna el corazón de la dulce esencia de las cosas pasadas.
Aún hoy, sus poemas, que cobraron vida propia con su desaparición, ocurrida el 15 de mayo de 1886, a causa de esa desafortunada nefritis crónica que padecía, a la temprana edad de 56 años, siguen tan frescos y tan íntimos como cuando ella los escribía. Solo que ahora, ya no pertenecen al baúl de Emily, ni se quedaron en esa casa donde ella nació y creció y murió y donde ahora está su tumba, en Amherst, Massachussets, en el mítico Boston norteamericano hasta donde llegaron los puritanos de Nueva Inglaterra para darle vida.
No, ahora sus versos van por el mundo, gozando de la libertad que su autora, la inolvidable Emily Elizabeth Dickinson nunca tuvo, ni deseó.
En mi flor me he escondido…
“En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú también allí estuvieras…
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.
En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado”.
Emily Dickinson.
Poema 739
“Muchas veces pensé que la paz había llegado
cuando la paz estaba muy lejos-
como los náufragos- creen que ven la tierra-
en el centro del mar-
y luchan más débilmente -sólo para probar
tan deshauciadamente como yo-
cuántas ficticias costas-
antes del puerto hay-”.
Emily Dickinson
No era la muerte pues yo estaba de pie
“No era la muerte, pues yo estaba de pie
Y todos los muertos están acostados,
No era de noche, pues todas las campanas
Agitaban sus badajos a mediodía.
No había helada, pues en mi piel
Sentí sirocos reptar,
Ni había fuego, pues mis pies de mármol
Podían helar un santuario.
Y, sin embargo, se parecían a todas
Las figuras que yo había visto
Ordenadas para un entierro
Que rememoraba como el mío.
Como si mi vida fuera recortada
Y calzada en un marco
Y no pudiera respirar sin una llave
Y era como si fuera medianoche
Cuando todo lo que late se detiene
Y el espacio mira a su alrededor
La espeluznante helada, primer otoño que llora,
Repele la apaleada tierra.
Pero todo como el caos,
Interminable, insolente,
Sin esperanza, sin mástil
Ni siquiera un informe de la tierra
Para justificar la desesperación”.
Emily Dickinson
