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En el tablero del mundo, donde las decisiones de dos o tres afectan la vida de millones, la estrategia lo es todo. Tres piezas emergen en el ajedrez actual de la geopolítica con papeles decisivos: Volodímir Zelenski, Donald Trump y Vladímir Putin. Cada uno representa un arquetipo: el político cogido entre la espada y la pared, el negociador duro y el líder de hierro que se aferra a su visión de soberanía.

Raysa White

Volodímir Zelenski, el comediante convertido en presidente, se encuentra en un tablero donde las piezas se mueven con velocidad y precisión quirúrgica. Cada jugada define el destino de su país, y la historia no perdona los errores. Ahora, frente a la propuesta de Donald Trump de compartir el 50% del negocio de las tierras raras con Estados Unidos, Zelenski dudó, aferrado a una resistencia que bien podría ser su talón de Aquiles.

En la alta política, el pragmatismo es un arte ¿Por qué no negociar con Estados Unidos? La infraestructura que explotará esos recursos no vendrá de la nada; serán los estadounidenses quienes la construyan. Y cuando el dinero de Washington está en juego, su ejército se convierte en una garantía de protección. No se trata de ceder la soberanía, sino de jugar inteligentemente con las piezas disponibles.

Por otro lado, Rusia sigue su lógica de la fuerza bruta. Desde el siglo XVIII, la zarina Catalina la Grande arrebató Crimea a Ucrania. Desde entonces, Moscú ha tratado a Ucrania como una posesión más. El Holodomor dejó una estela de muerte. El desastre de Chernóbil es otra herida abierta. Estos eventos demuestran hasta dónde puede llegar esa subordinación impuesta. Putin no ha entendido, sin importar cuántos intereses y razones tenga, que Ucrania no quiere ser un satélite. Ucrania desea ser un actor independiente en la escena mundial.

No perder de vista que, en otro rincón del tablero, Recep Tayyip Erdoğan entra en escena. Si Zelenski no tuviera nada que ofrecer, ¿por qué habría de reunirse con él? Turquía, siempre con su propio juego geopolítico, sabe que en la debilidad ucraniana hay una oportunidad. Y ahí surge una pregunta que pocos se atreven a formular. ¿Existe una jugada inesperada en la región? ¿Sería posible que esta jugada incline la balanza del poder?

Si Ucrania da un giro hacia Turquía y Rusia sigue el camino de siempre, ¿Se activaría el llamado efecto dominó?

Un nuevo reordenamiento del poder ofrecería la oportunidad de protagonismo a ciertos actores. Podrían beneficiarse usando los senderos quebrados en el conflicto. Lo harían para su propio beneficio. Y, de seguro, en este escenario aparecería un actor que no fue invitado; Nicolás Maduro, el que se invita solo.

Donald Trump es, ante todo, un negociante. Y su propósito fundamental es volver hacer a Estados Unidos grande. De modo que, no gastos, nada de guerras. Su oferta de compartir el negocio de las tierras raras no es una propuesta irrechazable. Tampoco es un gesto de altruismo. Se trata de una jugada estratégica. Pero sí, brinda una oportunidad para abrir un diálogo en términos favorables.

Ucrania es un territorio clave para la explotación de minerales básicos, para la tecnología actual.

Ucrania es un territorio clave para la explotación de estos recursos, básicos para la tecnología naciente. Trump tiene en sus manos una jugada maestra que no debe desperdiciar: redefinir su influencia en un terreno vital.

A Zelensky se le abren puertas.

La geopolítica no es una ciencia exacta. La prueba está en que un borracho que presume de filósofo, puede escribir todo un tratado bajando vodka. Pero la geopolítica sí puede ser un juego donde las decisiones marcan destinos.

Zelenski aún tiene cartas por jugar. Y no es un dictador, como afirma Donald Trump. Zelenski  es un líder que escucha. Si su legado será el de un estratega o el de un mártir, dependerá de si entiende algo crucial. En este ajedrez, los titubeos se pagan caros. Las oportunidades no golpean dos veces a la misma puerta.

Redactó Raysa White
Redactó Raysa White