Se ha marchado José “Pepe” Mujica, y con él, una forma de vivir en este mundo, que no se aprende ni en manuales ni en las aulas ni de ninguna ideología.

Raysa White

Adiós, Pepe Mujica, no te vas sin mi abrazo.

Se ha ido la persona que eligió la coherencia como bandera, que prefirió la chacra al palacio, el mate compartido a la retórica vacía, y la verdad sencilla a los discursos complacientes o manualizados.

José Mujica no fue un santo, tampoco pretendió serlo. Fue un hombre que, tras años de encierro y lucha, supo transformar el dolor en sabiduría y la experiencia en servicio. Su vida fue testimonio de que la política puede ser un acto de amor al prójimo, un ejercicio de humildad y una búsqueda constante de justicia.

Hoy, más allá de las banderas y las doctrinas, de los compromisos políticos, de las complicidades «obligadas», despedimos a un ser humano que nos recordó que la grandeza reside en la sencillez, que el poder verdadero es el que se ejerce con el corazón, y que la ética no es un concepto abstracto, sino una forma de vivir.