
Hoy, en su cumpleaños, celebro el nacimiento de un alma que llegó a la Casa del Padre, llena de bendiciones, con capacidad para ver más allá de las pasiones humanas. Una Hermana que no anidaba rencor, que sabía perdonar, con el corazón abierto, haciendo del perdón su cualidad más hermosa.
Raysa White
Vivíamos en una casa de cuatro apartamentos en la Zona Colonial de Santo Domingo, por los inicios del 2000. Y cuando ya creía que mi vida se organizaba como un reloj -cada pieza encajada en su lugar-, las ambiciones secretas de alguien cercano, derrumbaron nuestro frágil ensueño, y las dueñas, con fría indiferencia, expulsaron a todos los inquilinos sin piedad.
Mis vecinos fueron encontrando su lugar. Pero yo, emigrante, sola en un escenario nuevo, sin familiares en el extranjero ni conocer los re juegos de la libre sociedad, terminé cargando mis muebles en una vieja carretilla, con la ayuda de los niños del barrio, quienes inocentes, me ayudaron a arrastrar los trastos hasta una habitación espeluznante, en los altos de un edificio en peligro de derrumbe.
Una sola ventana me decía que la vida más allá era distinta. Y cada mañana me paraba en su borde para contemplar al flamboyán que se movía, al otro extremo, con los vaivenes del viento. Y yo le decía en mi mayor desamparo: ¡Cuánto daría por dormir bajo tu sombra!
Al costado, en las escalerillas que daban al puerto, cerca de una casa similar a un bizcocho de merengue rosa, me sentaba a rezar.
La economía se me desmoronaba como las paredes de aquel edificio. Sólo me quedaba un mes en un contrato con el Ministerio de Cultura. ¿De qué viviría?
Estábamos a finales de 2008.
Entonces, encontré a las dueñas de ese bizcocho, las Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha.

En medio de tal desolación, buscando a alguien, una monja me vio y dijo: ¿Usted es cubana? Nuestra Madre es cubana. Ella la tiene que conocer. Y fue allí dónde conocí a quien, con sus manos generosas me rescató del abismo: sor María del Carmen Domínguez Martínez, Madre Superiora de Congregación desde 2006 a 2012.
Fue entonces cuando mi vida comenzó a dar un giro inesperado, como la corriente de un río que se despliega hacia aguas tranquilas.
Esa Hermana, la Madre María del Carmen, llena de hermosuras interiores, de amor sincero hacia los niños y de compasión infinita con los pobres, me tendió su mano. Con ella, la vida se me transformó en una danza entre la creatividad y la fe. Me dio tareas que me fascinaron, como el encargo de la corrección del Boletín Sanchino. Y me sorprendía, cada día, con ideas y bocetos que dejaban, sobre mi mesa, sus sueños de belleza.
Ella observaba mi secreto batallar y, sin que yo se lo pidiera, me ofreció un refugio. Aprobó que se me asignara un departamento cercano a la Casa General, donde empecé a recibir un salario digno y un seguro de salud. Fue ella quien me enseñó la importancia de organizar mi vida y comenzar mis ahorros, pues sus días como Madre Superiora podrían llegar a su fin. Y así ocurrió.
Cuando se fue hacia otras misiones, aunque yo ya no estuviera el amparo de la institución, no me abandonó.
Un día supe que estaba enferma. Y la visité. Dormía y respiraba casi sin energía. Le tomé pulso, y casi no latía. Presentí lo peor.
Poco tiempo después me dijeron que había partido. Una de las Hermanas me invitó al velatorio, y le dije que no: Prefiero verla viva en mi memoria. Que esa sea su última imágen para mí.
Hoy, en su cumpleaños, celebro el nacimiento de un alma que llegó a la Casa del Padre, llena de bendiciones, con capacidad para ver más allá de las pasiones humanas. Una Hermana que no anidaba rencor, que sabía perdonar con el corazón abierto, haciendo del perdón su cualidad más hermosa.
Hoy agradezco sus enseñanzas, sus dulces regaños, y quisiera que soplara de nuevo las velitas de su cumpleaños, como en aquellos días en que nos conocimos.
Felicidades, Madre María del Carmen en tu cumple, aquí en la Tierra o en el Cielo, siempre lo celebraremos.

Una historia de riqueza para ambas. Para mí también.
Seguro que sor María del Carmen te envía sus bendiciones desde el cielo. Aprovéchala!
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Estoy segura que su espíritu generoso, lo hará, Fior Telemin
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