
El martes 2 de julio de 2025, la Seguridad del Estado volvió a cruzar una línea que nunca le deben permitir que pase: la del encarcelamiento arbitrario de quienes apuestan por el diálogo y la democracia.
Raysa White

El martes 2 de julio fueron detenidos Manuel Cuesta Morúa, vicepresidente del Consejo para la Transición Democrática en Cuba (CTDC), y Rolando Lovaina, presidente de la Alianza Democrática Oriental, cuando se dirigían a la Embajada de los Estados Unidos en La Habana para asistir a la recepción con motivo del Día de la Independencia de ese país.
¿Cuál fue su delito? ¿Aceptar una invitación diplomática? ¿Pertenecer a organizaciones que abogan por una transición pacífica y ordenada hacia un sistema plural? ¿Intentar dialogar? ¿Ellos, no son también cubanos? Ninguno de estos actos constituye un crimen. Por el contrario, son gestos cívicos que deberían honrarse en cualquier nación que se respete.
Hoy se comunica que ya fueron liberados. Eso no cambia nada. El daño está hecho.
El gobierno cubano, con esta detención, no solo criminaliza la discrepancia. Se vuelve a declarar enemigo del entendimiento, que no está dispuesto a permitir, ni siquiera, los atisbos de una conversación abierta con sus propios ciudadanos.
Ya el pueblo de Cuba no teme. El miedo ya no paraliza. Están equivocados.
¿Qué más puede temer un pueblo que lo ha perdido casi todo? El sistema está agotado. La represión, los apagones, el colapso institucional, la migración desesperada de sus hijos ¿Qué más hace falta para entender que el modelo no es viable?
El experimento político implantado hace más de 60 años, con raíces soviéticas y adaptaciones tropicales, ha fracasado. Cuba no es un tubo de ensayo. No es una teoría. Es una tierra habitada por seres humanos que sienten, que sueñan, que sufren. Es una nación con derecho a reformular su destino, sin represión, sin tutelajes, sin castigos por pensar distinto.
Los jóvenes de hoy no están dispuestos a cargar con las culpas heredadas. No quieren ser parte de un experimento eterno, ni vivir postergando su libertad en nombre de una utopía que nunca llega.
A esos amigos que aun tienen conciencia dentro del sistema. A quienes permanecen en el poder y guardan alguna lucidez moral o sentimiento compasivo; a esos que saben que aquello es insostenible, por favor, llámense a capítulo.
¿Es que no ven el deterioro en las calles, en las escuelas, en los hospitales? Escuchen las voces que ya no pueden callar. Son gritos desesperados. Abran los oídos y rompan ese círculo de obediencia estéril.
Ha llegado la hora de salvar lo que nos queda.
Basta ya de condenar al destierro a los que piensan diferente. De silenciar con golpes lo que podría sanarse con entendimiento. No sigan arruinando a una nación por sostener una idea fija.
Abran puertas. Paren la represión y organicen el país con personas capaces. No mutilen las leyes naturales en procesos de tránsito. Permitan que nuevas inteligencias y sensibilidades participen. Acepten la disidencia como una forma legítima de patriotismo. Dejen atrás la soberbia, que tanto daño ha hecho a nuestro país.
Porque el árbol se nos seca. Y aún podríamos salvarlo, si le damos aire, si le abrimos la tierra, si dejamos que otros lo rieguen también.
Cuba no necesita represión. Cuba necesita esperanza. Y ese es un derecho elemental y humano que no se le puede seguir negando. Tengan piedad.
No se lo quiten todo. Démosle a Cuba, al menos, el derecho a la esperanza.

Excelente, justo y necesario.
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Me solidarizó totalmente con este artículo. Es de una claridad meridiana.
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Siempre serás el hermano que no tuve. El maestro de mis comienzos en la TV. Mi gran amigo, Armando Galindo.
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