La inevitable Hillary Clinton

Este artículo se publicó el 19 de febrero de 2015.

La inevitable Hillary Clinton
La inevitable Hillary Clinton

Nate Cohn.- Siempre que digo que Hillary Rodham Clinton es la favorita para la nominación demócrata, la conversación generalmente regresa a 2008. “Se suponía que iba a ser inevitable la última vez”, dicen todos, “y perdió.”

Lo entiendo. Recuerdo que era “inevitable” y también sé por qué las discusiones sobre Hillary Clinton suenan redundantes.

No hay un equivalente entre la fuerza de Clinton de entonces y la de ahora. Ella nunca fue “inevitable” hace ocho años. Pero si alguna vez ha habido un candidato inevitable para la nominación demócrata, es la Hillary Clinton de hoy.

Sí, fue una candidata fuerte en 2008, pero en ese entonces a estas alturas de la campaña ya estaba claro que no llegaría a la nominación. Tenía un impresionante 40 por ciento del voto demócrata en las encuestas nacionales y superaba por 15 puntos al Senador Barack Obama. Eso no es inevitabilidad.

Los candidatos que podríamos calificar de inevitables –los que empezaron como grandes favoritos y ganaron la nominación, como Al Gore y George W. Bush en 2000 y Bob Dole en 1996– tenían por lo menos un 50 por ciento del voto en las primeras encuestas y una marcada ventaja sobre sus opositores. El historial de candidatos en una posición semejante a la de entonces de Clinton, como Gerald R. Ford en 1976 y Edward M. Kennedy en 1980, no es perfecto. Kennedy perdió y Ford se enfrentó a una dura competencia.

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Ahora estamos en 2015. Ningún candidato, excluyendo a presidentes en ejercicio, ha estado tan fuerte en las primeras encuestas como Clinton. Ella cuenta con un 60 por ciento del voto demócrata, recuento que opaca al 40 por ciento que tenía a estas alturas en el proceso electoral pasado.

En todo caso, en 2008 las encuestas nacionales exageraron la fuerza de Clinton, quien se descarriló en Iowa desde el inicio. Tomó la delantera en New Hampshire y en Carolina del Sur por una estrecha diferencia, lo que permitió imaginar que el ganador de Iowa podría llegar a derrotarla en las siguientes primarias.

Sus puntos débiles eran evidentes. Su voto para autorizar la guerra de Irak fue un lastre, al igual que la desconfianza del público al tener otro Clinton en la Casa Blanca. A diferencia de Bush, Gore o Dole, Clinton se enfrentó a dos opositores de primera categoría: John Edwards y Barack Obama, la estrella en ascenso gracias, en parte, al discurso que pronunció en la Convención Nacional Demócrata en 2004.

A estas alturas en 2007, Obama ya había declarado su candidatura. Subió un 25 por ciento en los sondeos. En sus primeros actos de campaña, multitudes entusiastas lo acompañaron en Austin, Texas, y Oakland, California. En el primer trimestre empató a Clinton en recaudación de fondos y demostró un fuerte apoyo en las llamadas primarias invisibles: la pelea tras bambalinas por los recursos y la credibilidad necesaria para ganar la nominación.

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En un artículo de la sección Week in Review de The New York Times de abril de 2007, Adam Nagourney sostuvo que “cualquier esperanza de Hillary Clinton de que los demócratas aceptaran su candidatura como inevitable se ha desvanecido”, por la fuerza de Edwards y de Obama y “la evidente incomodidad en algunos sectores demócratas de llevar a otro Clinton a la Casa Blanca”.

Ocho años después, está claro que sí es posible que un candidato sea casi inevitable. Y ahora, en un giro del destino, es Clinton quien merece tal distinción.

Quizá la forma más fácil de pensar en la fuerza de Clinton es recordar lo cerca que estuvo de la victoria en 2008. A pesar de su voto para autorizar la guerra en Irak, a pesar de la fuerza de la candidatura de Obama, a pesar de su desventaja de 4-1 entre los negros, y a pesar de todos los errores de su campaña, Clinton ganó el 48 por ciento de los delegados.

Por supuesto, podría darse la improbable circunstancia de que otra persona se convirtiera en el candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos. Pero si alguien puede ser considerado inevitable en estos momentos, es Hillary Clinton. La sabiduría popular parece estar subestimando sus posibilidades. Los mercados de predicción tienden a darle a Clinton apenas un 75 por ciento de posibilidades de ganar la nominación.

Sin poderosas fuerzas que actúen en su contra, ella parece estar en mucho mejor posición de lo que estaba hace ocho años. Si entonces perdió por poco, ¿por qué habría de perder ahora?

Nate Cohn es corresponsal en Washington para The New York Times.

Toamdo del The New York Times.

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