Conversemos con Obama, sí, y conversemos entre nosotros
Conversemos con Obama, sí, y conversemos entre nosotros
Conversemos con Obama, sí, y conversemos entre nosotros

Ailynn Torres Santana.- En la mañana de 22 de marzo, el Presidente estadounidense Barack Obama compartió su mensaje al pueblo de Cuba en el Gran Teatro de la Habana. El suceso —el más esperado de su agenda— ya pasó, es noticia; ahora nos queda digerir, repensar y releer el discurso en conexión con la Cuba que estaba, también, fuera del Gran Teatro y que seguirá ahí después de que se termine su estancia en la Isla.

La relevancia del discurso de Obama está menos en su novedad —respecto a lo que él mismo ha dicho en el último tiempo y, obviamente, no respecto a los discursos oficiales de Estados Unidos hacia Cuba desde 1959, pues en ese plano, más que novedad, el discurso es una ruptura mayor— que en los recursos a los que apeló; ahora le habló al pueblo en todo lo que le fue posible. Evocó reiteradas veces a Martí, habló de Celia Cruz y hasta de Pitbull. Así el Presidente invocó a la historia, a la memoria y al presente. Le habló a los jóvenes y a los que ya no lo son; incluso dio argumentos dirigidos a quienes han participado por décadas del insalvable diferendo: su lucha no fue falsa, era legítima, pero ya no lo es: “cultivo una rosa blanca”. Finalmente, no podemos estar prisioneros de la historia y tenemos todos que construir nuevos caminos.

El énfasis del Presidente fue en una idea que recorre Cuba en sus calles, sus agros, sus hospitales, sus escuelas, sus bares, sus universidades, sus campos: el país tiene que cambiar y está cambiando; además, el proceso necesita del concurso de todos, el gobierno cubano debe habilitar esa posibilidad y el pueblo gestarla, con su auto-organización, con su empuje, con su “sí se puede”. Ahora, estando de acuerdo con esa parte del mensaje de Barack Obama, ¿por qué experimento distancias tan evidentes?

Con la misma intensidad de los acuerdos en torno a la convocatoria de participación y de democratización del espacio público cubano, me distancio de la “fe”, de la convicción del Presidente en el “sueño americano”. Quizás su familia transgredió las cárceles de la exclusión y de la desigualdad de raza y de clase, pero esa no es la suerte de millones de personas —dentro y fuera de Estados Unidos; dentro y fuera de Latinoamérica; dentro y fuera de Cuba— para los cuales el sueño americano no es/no puede ser ni siquiera un horizonte. Además, estoy segura, ese sueño tampoco será realidad para los muchísimos cubanos que hoy hacen parte de importantes y crecientes exclusiones que se dejan ver en la Cuba que habilita un mercado que expulsa. Y es que —ahora le recuerdo yo al Presidente— para deshacer los tejidos de la desigualdad, se requiere de algo más que la igualdad formal, que el respeto inviolable a la propiedad privada y que la tolerancia a las diferencias; esas mismas diferencias que son deseables y legítimas siempre que no se estructuren sobre la dependencia de otros para vivir —ya sea el Estado, el patrón o el marido— y sobre la subordinación.

Con todo, quizás un camino fecundo sea el de —más que rumiar sobre el discurso de Barack Obama como texto en sí mismo—, discernir cómo completamos su mensaje. Cómo completar el incentivo a los emprendedores y al sector privado con aspiraciones y prácticas de justicia y de equidad; cómo completar la legítima y necesaria demanda de respeto a la propiedad privada con regulaciones redistributivas; cómo completar la aspiración de democracia política con la garantía material de la igualdad de condiciones para participar en los espacios públicos y para democratizar la vida privada; cómo completar el camino de la amistad con el gobierno de los Estados Unidos con el acompañamiento a Nuestra América y a los excluidos de Estados Unidos y de Cuba. Plantearnos este ejercicio supone construir colectivamente demandas al gobierno cubano, y repensar con agudeza nuestro lugar en ese proceso y los cursos deseables y posibles de la normalización. Conversemos con Obama, sí, y conversemos entre nosotros, que bien nos ha de venir en los tiempos que ya vivimos y los que se avecinan.

Tomado de: Cuba Posible. Una colaboración de Esther Suárez Durán.

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