In this photograph taken on January 29  2016  Afghan boy and Lionel Messi fan Murtaza Ahmadi  5  wears a plastic bag jersey as he plays football in Jaghori district of Ghazni province   A five-year-old Afghan boy has become an internet star after pictures went viral of him wearing an Argentina football shirt made out of a plastic bag  complete with his hero Lionel Messi s name  AFP PHOTO
In this photograph taken on January 29 2016 Afghan boy and Lionel Messi fan Murtaza Ahmadi 5 wears a plastic bag jersey as he plays football in Jaghori district of Ghazni province A five-year-old Afghan boy has become an internet star after pictures went viral of him wearing an Argentina football shirt made out of a plastic bag complete with his hero Lionel Messi s name AFP PHOTO

ANDRÉS TAPIA / Fotografía: AFP.- Afganistán es un país extraño y reciente, por más antiguas que sean las planicies y las montañas que comprenden su geografía. Fundado en 1747 por Ahmad Shah Durrani –quien unificó a las tribus Pashtun–, los lugares comunes de la memoria colectiva apenas lo aluden a partir de la invasión de la otrora URSS (1979), y de la guerra emprendida en contra del régimen Talibán que lideraron los Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

La esperanza de vida de un habitante de Afganistán es de casi 51 años, una tasa bajísima que ubica a esa nación del sur-centro de Asia, en el sitio 222 del Mundo, es decir, sólo por arriba de Guinea-Bissau y Chad.

Pero esa no es la única estadística extrema que ostenta: sus tasas anuales de nacimientos (38.57 por cada 1,000 habitantes) y muertes (13.89 por cada 1,000 habitantes), lo sitúan en los sitios 11 y 9, respectivamente, del orden mundial. Por si no bastara, de cada 1,000 niños que nacen al año, 115.08 habrán de morir.

Partiendo de hechos tales, el destino de Murtaza Ahmadi no parece en modo alguno optimista.

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Murtaza tiene cinco años y vive en una aldea del distrito de Jaghori, uno de los 19 que forman parte de la provincia de Ghazni, situada al este de Afganistán. Es una región montañosa y accidentada que, durante el invierno, suele ofrecer paisajes dramáticos, plenos de un blanco eterno y espectral, que alternativamente podrían haber sido iluminados por los improbables pinceles monocromáticos de Monet y Van Gogh.

Pero lo que la naturaleza da, la historia y los hombres suelen arrebatarlo. En tanto Jaghori se ha convertido en los últimos tiempos en uno de los principales centros de negocios de Afganistán y por lo mismo se encuentra conectado mediante diversas autopistas y caminos con la ciudad de Kabul, capital del país, el fanatismo de los Talibán ha hecho de ese sitio un enclave estratégico para sus ambiciones.

Hace justamente un año, nueve personas pertenecientes a la etnia Hazara, fueron asesinadas mediante una bomba accionada a control remoto mientras se dirigían de Kabul a Jaghori. No eran policías, no eran combatientes, no eran políticos. Eran civiles –seis de ellos miembros de una familia– que tuvieron la mala fortuna de encontrarse con los Talibán.

Murtaza y su familia pertenecen a la tribu de los Hazāra, los cuales son descendientes de los mongoles. En tanto viven en el este, hablan Dari, una suerte de dialecto persa que se nutre de palabras mongolas y turcas. Presumiblemente, Hazāra deriva de la palabra persa “hazār” (mil), la cual a su vez es la traducción del vocablo mongol “ming”, el cual era utilizado para nombrar a una unidad militar compuesta por 1,000 individuos durante el reinado de Genghis Khan.

El padre de Murtaza se llama Arif Ahmadi, es un campesino y tiene un hermano llamado Azim que hace tiempo se marchó de Jaghori y llegó a Australia. Azim, tío de Murtaza, se mantiene en contacto con su familia mediante correo electrónico y Facebook. En tanto en la aldea de Jaghori donde vive su hermano la energía eléctrica es privilegio de unos cuantos, sus sobrinos hacen uso de las computadoras y el Internet que algunos amigos generosos les dispensan.

Hamayon, uno de sus sobrinos, posteó hace unas semanas en Facebook una fotografía de Murtaza. En la imagen se ve al chico de espaldas, vistiendo un suéter color marrón y, encima de él, una casaca hecha a partir de una bolsa de plástico. Con barras verticales en celeste y blanco, podía mirarse inscrito en la misma el nombre “Messi” y el número 10.

Se ignora quién y cómo, pero alguien miró esa fotografía y encontró en ella una suerte de poesía retorcida. Alguien más descifró el código insigne de la viralidad y la tomó como suya para luego transmitirla a sus amigos. De ese modo fortuito y furtivo, la imagen llegó el 16 de enero pasado a la cuenta de Twitter @messi10stats, la cual es administrada por un club de fans del futbolista Lionel Messi. En tanto su origen no estaba especificado, los administradores de la cuenta emitieron un tweet con la foto y la siguiente leyenda: “A kid in Irak”.

Tras propagarse la imagen, Azim posteó diversas fotos que le fueron enviadas por sus sobrinos, afirmando que se trataba de Murtaza y que no vivía en Iraq, sino en Afganistán. Lo hizo así porque en el insondable e inhóspito océano de la Internet, alguien –un estudiante de preparatoria sueco que regentea la cuenta de Twitter @illMindOfRobin– había esparcido el infundio de que el chico de la foto vivía en Dohuk, en el Kurdistán iraquí.

Dos días más tarde, el 18 de enero, @messi10stats emitió el siguiente tweet: “We got DM from Leo’s team. They want to know who this kid is so that Leo can arrange something for him. RT & spread”.

Arim Ahmadi, un campesino que vive en uno de los lugares más alejados e imposibles del mundo, consiguió improvisar un panel solar en su casa para que, a partir de él, se pudiese generar la energía eléctrica suficiente y hacer funcionar un televisor. En ese aparato, seguramente una reliquia comparado con los pantallas de plasma y LCD, Murtaza, su hijo menor, observó jugar a Lionel Messi y lo hizo como quien descubre un pegaso. Y quiso ser él.

Con el salvoconducto sólo propio de la infancia, Murtaza lloró lo necesario para convencer a sus hermanos y a su padre de que debían de regalarle una camiseta de Lionel Messi. Pero… ¿en qué calle de Jaghori se localizan las tiendas de Nike y Adidas?

Una bolsa de plástico blanco, teñida de líneas celestes, fue la solución para acallar el capricho de ese niño afgano que, seguramente, morirá antes de haber cumplido 50 años. La vida, no obstante –para mal, casi siempre, y en pocas ocasiones para bien– suele encontrar atajos, caminos y soluciones insospechadas.

La Federación Afgana de Fútbol, una organización cuya máxima proeza ha sido obtener la distinción al juego limpio que anualmente otorga la FIFA (Fair Play Award 2013), enterada de la historia de Murtaza y su familia, consiguió un uniforme del Barcelona y lo entregó al chico que ya no patea una pelota desinflada de voleibol, sino un balón reglamentario.

Para un país y un niño de cinco años cuyas esperanzas tienen fecha de caducidad, la generosidad que hoy les otorga el destino tendría que ser impagable.

Pero no, no será así.

En las semanas que vienen, en algún momento, Murtaza viajará a Barcelona, al Camp Nou, y ahí, en el centro de ese campo hoy inmemorial, será recibido y abrazado por Lionel Messi.

Luego de eso, volverá a su aldea en Jaghori, a la provincia de Ghazni, a esperar la muerte temprana que las estadísticas y el destino le auguran.

O quizá no.

Hay quien asegura que el Mundo sólo tiene sentido cuando lo fuerzas a tenerlo.

Murtaza Ahmadi, un chico de cinco años que vive en uno de los países más miserables de la Tierra ya consiguió lo improbable sin proponérselo: una camiseta de Messi y el abrazo, en el centro mismo del Olimpo, del dios al que venera.

Lo imposible, lo que sigue, tendría que ser mucho más fácil.

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